viernes, 31 de octubre de 2008

En el principio estaba la esperanza

Cuando reviso mis sendas intelectuales de los últimos años y hago una estadística a ojo de buen cubero, observo que las ideas más importantes que me han motivado, las líneas de trabajo, los libros que he leído, en un, digamos sesenta por ciento calibrado por lo bajo, son consejos, ideas, proyectos que he recibido de amigos y alumnos. Qué autistas me parecen quienes dedican el tiempo a "su obra", como si fueran locos solitarios tramperos construyendo su cabaña en los bosques. Soy los caminos que muchos han recorrido en mí. En la vida, claro, la influencia es aún mayor.
Viene a cuento esto de la última idea que debo a Carlos Thiebaut, en una conversación sustanciosa sobre un texto en cocción que le pasé, y que en una de sus críticas a mi reivindicación de la idea de experiencia, me señala que se me ha olvidado en esa idea pensar en la forma de experiencia del futuro que llamamos esperanza. ¡Qué certera observación!, no aprendemos sólo del pasado, aprendemos también de nuestros proyectos, deseos, y toda esa imaginación que llena nuestra vida cuando la pensamos cómo tendría que ser si fuera buena. Esperanza: imaginar el futuro y desearlo; anticipar su realidad, habitar más allá del presente. Es una de las dimensiones de la experiencia, aunque suene algo contradictorio. A quienes les falta imaginación les falta experiencia; a quienes les falta esperanza, han aprendido poco del pasado: simplemente el pasado les ha derrotado.
Rescatar la esperanza es rescatar la imaginación y situarla en el lugar central de nuestra vida que merece. Habría que decir mucho: imaginación no es fantasía, esperanza no es pensamiento iluso, "wishful thinking". La capacidad de juzgar se mide en la capacidad de juzgar bajo la luz de la esperanza. Quienes lo hacen bajo la oscuridad del miedo serán esclavos del poder de turno.

sábado, 25 de octubre de 2008

Artes de hacer mundos

Pasolini contra Foucault: dos maneras de mirar el mundo. Quizá la botella medio llena, quizá una distancia metafísica entre dos maneras de mirar. Foucault describe un mundo constituido por dispositivos, estrategias, mecanismos de poder, una red de determinaciones en las que el lenguaje es el reflejo, la sombra, de esos faros de la dominación que ordenan la sociedad. Quien tenga la experiencia desolada de estar en un universo de poderes que no entiende y que le desbordan, al leer a Foucault confirmará las razones de su depresión. Leo y admiro a Foucault por su perspicacia, por esa manera de entender la cultura desde el lado de la rebeldía. Y, sin embargo,..., siempre hay un pero cuando leo esta forma de escritura, sea en la manera brillante de Foucault o en el lenguaje pobre y desarticulado de los economistas, sociólogos y demás profesionales del cinismo presuntamente objetivista. Han sido tan doblados por la dominación que soportan, por esa impotencia que han internalizado, que no ven más que los datos que elabora esa inmensa máquina de objetivización que son los sistemas modernos de información, el nuevo velo de las ideas: las estadísticas, los discursos, la literatura gris.
Y en el otro lado está Pasolini. Principalmente el poeta, luego el director de cine: sus poemas huelen al sudor de la camiseta de los obreros de los suburbios, a los gritos de los adolescentes jugando al fútbol y de las amas de casa comentando el día desde las ventanas. Sus películas hablan de la libertad que es posible en los tiempos oscuros: el Decamerón, Las mil y una noches,...: son maneras de ver. Contra las estrategias de la dominación, las astucias y tácticas de supervivencia de la gente común, de los héroes anónimos de la historia, de la resistencia diseminada. Quizá también Almodóvar, y pocos más: saben mirar a través de las estadísticas y descubrir esas nuevas formas de reapropiación de la vida por parte de los dominados. Han aprendido a ver cómo las mujeres se han apropiado de la cultura escrita, los ancianos de las asociaciones de vecinos, los emigrantes de los parques, cómo las ironías cotidianas tuercen las estrategias del poder sobre el lenguaje. Aprender a ver. Sobre todo en estos tiempos, cuando más necesario se hace mirar a donde está la fuente de la riqueza, en esos lazos débiles que aún se preservan. La confusión de los tertulianos y analistas, de los estadísticos y "gestores", muestra la ceguera de una cultura que sólo se mira a sí misma a través de indicadores, que nunca ha entrado en un supermercado a mirar cómo compra la gente, con esa astucia de supervivencia que tienen la inteligencia común; que nunca ha escuchado a los adolescentes cuando no hacen teatro para mayores e interpretan el mundo desde su extraño lugar; que nuca ha atendido a los mayores cuando recuerdan lo que los aún jóvenes han olvidado saber.
Maneras y artes de hacer mundos: astucia de los comunes.

jueves, 23 de octubre de 2008

La física de lo imposible

"Sed realistas, pedid lo imposible" rezaba el viejo graffiti en las paredes del París del 68. Expresa una de las más profundas verdades sobre las sendas que ha recorrido la humanidad: la búsqueda de las fronteras, sobre todo la búsqueda de las fronteras propias, las del cuerpo, la mente, la habilidad técnica. Explorar lo imposible es explorar la estructura fina de la trama de las causas que habitamos y que nos habita. El divulgador norteamericano Michio Kaku, un físico de teoría de cuerdas, escribe Physics of the Impossible, un repaso a los sueños de ciencia ficción: invisibilidades, viajes en el tiempo, civilizaciones extraterrestres, etc. Estoy del lado de los buscadores de lo imposible, son quienes se acercan a la frontera de la imaginación, quienes ensanchan el conocimiento y encuentran los pliegues de la agencia humana. Viajar en el tiempo, construir personas artificiales, crear una democracia planetaria (inteplanetaria), superar el capitalismo. Marx prohibía soñar con lo utópico (o ucrónico) y hoy podemos ya decir que esa prohibición contenía el germen de la enfermedad senil del marxismo y de la mayoría de las ideologías que confunden el realismo con la miopía.

domingo, 19 de octubre de 2008

Los ritos del silencio

Un amigo me pone al día de los avatares que sufre una de las esculturas del imaginero de Huelva León Ortega (http://escultorleonortega.com/) (1907-1991). La cofradía del Descendimiento, propietaria de la obra, ha decidido ponerle (imponerle) unas potencias en la cabeza de la imagen del cristo.Las potencias --nombre singular-- son, según el diccionario de la RAE, grupos de tres rayos de luz con los que se caracteriza en la iconografía católica a Moisés o a Cristo triunfante. Se trata de un ejercicio de ornamentación ritual que ordena el trajinar de esas extrañas sociedades que son las cofradías. La obra, claro, va a sufrir una doble agresión física e intelectual, por no decir también iconográfica: sin reparar en ello, estarán conmemorando el triunfo de la muerte, lo inverso de lo que representan esos signos, pues se supone que los rayos de luz deberían celebrar la resurrección y por tanto la imagen del cristo muerto no debe ser ornamentada de esta guisa. Frente a las protestas, la cofradía y el obispado han decidido que lo religioso debe primar sobre lo artístico. Vaya: son los signos de los tiempos. El caso no pasaría de ser un ejercicio más de la iconolatría celtibérica si no fuera un tenso ejemplo de cómo en los ritos se depositan relaciones de poder. Las cofradías, que uno pensaría que son curiosos restos de pasados tiempos, como las órdenes militares o los mercedarios, rescatadores de esclavos, son, siguen siendo, uno de los muchos sistemas y redes por los que los rituales se comunican con las estructuras de poder real. León Ortega, escultor condenado a muerte por el franquismo, salvado de milagro pero condenado a prisión, depositó en la imaginería un saber profundo sobre los ritos del silencio que corren por las venas ocultas de este país. Sus esculturas son un prodigio de movimiento detenido y de humanidad sufriente. No hace falta ser creyente (es mejor no serlo) para apreciar el poder simbólico de la imaginería barroca española (no es tampoco necesario ser musulmán para apreciar la fuerza simbólica de la caligrafía de las suras coránicas que ornamentan sin imágenes las mezquitas). Parece como si volvieran a agredirle las mismas fuerzas de lo casposo. Unas potencias en la cabeza: el catolicismo se refugia en una ritualidad kitsch para defenderse de una modernidad imaginaria que se ha construido como enemigo. Sería ocasión para un chiste chusco si no fuera por la marea de mal gusto que invade las formas del catolicismo contemporáneo, como la que ha llenado las paredes de la Almudena de unas horribles pinturas neorrománicas de colores estridentes que no merecerían figurar ni en estampitas de monja. Cuando las imágenes expresan las zonas y pliegues de lo oculto y misterioso del ser humano, el arte religioso conmueve las conciencias de cualquier persona, y más allá de lo puramente ritual llega hasta el lecho rocoso de nuestra existencia. Esa grandeza es la que lograron la imaginería, la mística barroca o la espiritualidad de la filósofa francesa Simone Weil: es la grandeza del arte que nos une a los humanos en la celebración de la vida y de la muerte. Pero a veces la imaginería se convierte en pura iconolatría (o en iconoclasia, su cercana compañera): el mal gusto no es malo por lo ornamental ni por lo popular, sino por la transparencia con que aflora la pura relación de poder que convocan las imágenes.
He aquí esta imagen de la compasión ante la muerte que será convertida en un pastiche neocon.


miércoles, 15 de octubre de 2008

La dimensión de lo humano

Este fin de semana alquilamos unos amigos una casa rural en la Sierra de las Villuercas, en Cáceres, un lugar para mí lleno de significados en donde se encuentran parte de mis raíces. Asistimos al espectáculo de los días finales de la berrea de los gamos: recorremos los senderos de la Sierra de los Ibores, por el lado de Alía, en los entreluces del atardecer lluvioso, tras la tormenta. Se oyen los berridos de los machos en su competencia por la reproducción. Huyo de todas las malas metáforas biologistas, sólo siento la inmensidad de los bosques de alcornoques, las jaras interminables, los roquedales y la exhuberante dehesa: el mundo se hace enorme, callado, lleno de signos que no soy capaz de descifrar. El cuerpo, el paso, la respiración, se hacen la medida del espacio y el tiempo, se centran en su lugar y adquieren esa relevancia que el mundo de los signos urbanos le ha restado. La conversación se hace lenta, con un vaso de vino de pitarra y la mirada ensimismada en el fuego: todo lo humano adquiere una espesura esencial. Espacios y tiempos rituales donde se ha refugiado la experiencia en su altura más elevada. El barroco descubrió que esta tensión entre los espacios de la ciudad y el refugio del campo era esencial en la constitución de nuestra conciencia, escindida entre lo real y lo imaginario, entre la posiblidad y la necesidad. El retiro como ámbito de resistencia y reflexión, de calibramiento esencial de lo que uno es y de aquello en lo que se ha convertido.

viernes, 10 de octubre de 2008

La fuente del valor

Toni Doménech escribió hace pocos años un libro de interpretación histórica que resultaba y resulta escandaloso aún, empezando por el título: El eclipse de la solidaridad (Crítica). Como todos, estoy preocupado por la situación económica, y eso me llevó esta mañana, --cómo no-- a recordar la tesis de Toni: hemos configurado todas las teorías de cambio social como teorías formales sobre la libertad e igualdad olvidando la tercera columna, la que precisamente estaba en la base de los mejores impulsos colectivos, la solidaridad, el apoyo mutuo, la comunidad de esfuerzos. Hoy en el Wall Street Journal (confieso que me he vuelto adicto a este periódico desde que comenzó la crisis: observo su confusión con una sensación de ironía que me invade cada mañana) proponen ya lo que parece que va a ser inevitable en tiempos de recesión: una intervención masiva del estado en bonos de consumo (en Estados Unidos son la forma de subvenciones a los pobres más generalizadas) y de infraestructuras. No creo que las cosas vayan a ser diferentes en Europa: a menos que algún inteligente descubra que la crisis se resuelve mejor con una buena guerra (Obama amenaza con invadir Paquistán), se necesitará una inversión colectiva en economía básica para reflotar la actividad económica, tal vez se produzcan corralitos, catástrofes de valores, vuelta a las economías de sustento familiar. Los teóricos de la economía han sostenido durante un siglo que la fuente del valor son las expectativas (la avaricia más el cálculo de probabilidad de que se optimice o satisfaga, dependiendo de lo más o menos clásica que sea la teoría). Se ha considerado con infinito desprecio toda idea de que el valor tenga algún anclaje en hechos básicos materiales como el espacio (D. Harvey) o el tiempo (Marx). Ahora miramos al suelo a medida que se acerca en nuestra caída desde el cielo. Y, bueno: deberíamos repensar estas dos cosas de la solidaridad y de la fuente de lo valioso. Mi generación es quizá la más responsable, pero la(s) siguiente(s) se encuentra con una desventaja: han perdido la memoria de las formas básicas de solidaridad y apoyo mutuo y habrán de reimaginarlas y reconstruirlas en la peor de las situaciones. Se ha extendido la convicción de que una filosofía de la pobreza es una forma de pobreza de la filosofía. Los tiempos nos harán despertar. Ójala que lo que despierten sean nuestros mejores sentimientos y no los lobos que hemos escondido en la jaula de la cultura.

martes, 7 de octubre de 2008

La luz tras la niebla

Hay veces en las que el paisaje desaparece tras una niebla de desesperanza. Las razones son múltiples y en estos días no es difícil encontrarse con alguna. Pero también es cierto que en la niebla hay una luz especial que no tienen los días luminosos y que hace que nuestra atención se fije más en las cosas. En estos días en los que el frío sale de dentro afuera conviene recordarse las cosas importantes, el por qué estamos aquí y el valor de lo que hacemos. Este texto de John Dewey quizá es un buen lugar al que subirse para mirar: "He dado aquí -dice (perdonad la apresurada traducción)- un test de primer orden acerca del valor de cualquier filosofía que se nos ofrezca: ¿acaba en conclusiones que cuando refieren a las experiencias vitales y a sus propiedades las vuelven más significativas, más luminosas y hacen que nuestras relaciones con ellas sean más fructíferas?, o ¿ terminan volviéndolas más opacas que lo que eran antes, privándolas de la realidad e incluso del significado que parecían tener?" (Experiencia y naturaleza). Y, sí: me parece que es una buena razón para escribir y pensar: dar luz y significado a nuestras experiencias, darles la realidad que necesitan para respaldar nuestra vida. Porque, al fin y al cabo, la riqueza de la vida es la amplitud de las experiencias y la imaginación de lo posible. Las dos cosas van o caen juntas. Una vez más, Ermanno Olmi (podría haber sido Antonioni, pero esta vez ha sido Olmi) me recuerda como Dewey esas cosas esenciales. Su película El árbol de los zuecos, premio en Cannes en 1978, casi un documental sobre la vida de unas familias de jornaleros en la Lombardía de finales del XIX, recorre esas zonas esenciales de la vida humana que se dan incluso o quizá sobre todo en la pobreza: la compasión, la resistencia, la fuerza de la vida. Cuando el arte y la filosofía comienzan a ilusionar, esos finos lazos con lo importante de la existencia están claros y constituyen lo que nos ata al pensamiento. La progresiva sofisticación cultural los corta a veces y termina haciendo de la cultura un juego más de este mercado de jugadores que quieren triunfar. Volver a pensar la riqueza que existe en la pobreza: como Olmi, como Antonio Gamoneda, como Ray Carver. Volver a pensar lo esencial de la realidad: son las luces en la niebla.

domingo, 5 de octubre de 2008

Donde los ángeles no se atreven a mirar

Imagina que eres aficionado a la espeleología y bajas con una compañera a una sima: todo va bien durante los primeros trescientos metros de descenso. Se van estrechando las galerías, pero se pueden sortear los obstáculos con juegos de cintura. Tu compañera te habla, está aún eufórica. La galería se estrecha y el techo baja: hay que arrastrarse. Ahora ya no puedes llevar la mochila a la espalda, la atas a la pierna, oyes la respiración angustiada de tu compañera ya en silencio. Hay un difícil giro a la izquierda y una bajada casi en vertical. Tu compañera jadea, logras bajar casi de cabeza apoyándote en las manos, no puedes seguir ni dar la vuelta hacia atrás, la linterna en tu cabeza comienza a titilar y se apaga... Ya no puedo seguir contando la historia, estoy completamente agobiado. Es un ejemplo que pone K. Walton en uno de sus trabajos sobre la imaginación. ¿Por qué la imaginación puede llegar a producir estos efectos corpóreos? Si fuera una mera capacidad intelectual de juego con imágenes, palabras o conceptos no ocurriría lo que me acaba de ocurrir, que ya no puedo seguir imaginando: mi pulso se ha acelerado, respiro mal, dejo de pensar,... Los psicólogos apenas han trabajado sobre el problema, los filósofos tampoco. La imaginación es la menos explorada y sin embargo la más humana de nuestras capacidades. El bosque de problemas que plantea es selvático. En la imaginación reside el secreto de una especie como la nuestra que se mueve a medias entre el espacio de lo necesario y el de lo posible. Las posibilidades son primero posibilidades imaginadas. Pero lo más complicado de pensar son las fronteras de lo imaginable, esos lugares donde los ángeles no se atreven a mirar. ¿Por qué son tan importantes esos límites? Una pregunta central que nos habla de esos bordes de la subjetividad donde se alzan los muros de acero de nuestra personalidad. Explorar los propios límites es mirar a esos lugares, explorar los límites de una cultura es acercarse temeroso a los límites de su imaginación.
En algún lugar de África como éste, imaginaba Conrad el corazón de las tinieblas,