miércoles, 15 de octubre de 2008

La dimensión de lo humano

Este fin de semana alquilamos unos amigos una casa rural en la Sierra de las Villuercas, en Cáceres, un lugar para mí lleno de significados en donde se encuentran parte de mis raíces. Asistimos al espectáculo de los días finales de la berrea de los gamos: recorremos los senderos de la Sierra de los Ibores, por el lado de Alía, en los entreluces del atardecer lluvioso, tras la tormenta. Se oyen los berridos de los machos en su competencia por la reproducción. Huyo de todas las malas metáforas biologistas, sólo siento la inmensidad de los bosques de alcornoques, las jaras interminables, los roquedales y la exhuberante dehesa: el mundo se hace enorme, callado, lleno de signos que no soy capaz de descifrar. El cuerpo, el paso, la respiración, se hacen la medida del espacio y el tiempo, se centran en su lugar y adquieren esa relevancia que el mundo de los signos urbanos le ha restado. La conversación se hace lenta, con un vaso de vino de pitarra y la mirada ensimismada en el fuego: todo lo humano adquiere una espesura esencial. Espacios y tiempos rituales donde se ha refugiado la experiencia en su altura más elevada. El barroco descubrió que esta tensión entre los espacios de la ciudad y el refugio del campo era esencial en la constitución de nuestra conciencia, escindida entre lo real y lo imaginario, entre la posiblidad y la necesidad. El retiro como ámbito de resistencia y reflexión, de calibramiento esencial de lo que uno es y de aquello en lo que se ha convertido.

3 comentarios:

  1. Es cierto lo que dices, la ciudad nos limita vivir la naturaleza y, en concreto, el ambiente que lleva a reflexionar sobre quienes somos, la vida, el desarrollo de las cosas...
    El contacto con las señales de la naturaleza son imprescindibles para entender el flujo de la vida.
    Que importante es volver a las raíces que llevan a la verdad de nuestra esencia.

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  2. ¡Ay las sendas perdidas del profesor Broncano!

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  3. En mi caso, acostumbro a sentir esa escisión o dualidad existencial, no tanto mientras disfruto del encuentro con la naturaleza, sino durante el viaje de regreso a la vida cotidiana en la ciudad -que es espacio intermedio entre ambos mundos-, Ese es el mágico instante en el que me asomo a lo que soy, y sueño con lo que me gustaría ser.

    César

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