viernes, 30 de julio de 2010

Teoría de la mariposa

He tardado más de un año en leer Deseo de ser punk de Belén Gopegui. Es una de las escritoras que más aprecio y respeto y me he dado tiempo para distanciarme de las usuales críticas que recibe su obra. Llevan mal los críticos sus discursos de izquierda radical. Se considera ya antiliterario sus abundantes alusiones y discursos anticapistalistas. Vaya, si tuviésemos que eliminar el didactismo de la literatura, no sé por qué no se meten en el saco también los rollos bienpensantes y políticamente correctos que nos sueltan escritores mejor tratados en los suplementos o los discursos pseudofilosóficos que adornan los más vanguardistas en sus novelas vanguardistas y, por qué no, también tanto texto prejuicioso de comentarista que te suelta un discurso político o antipolítico en vez de hablarte de la obra en cuestión. Lo que piense de los panfletos de Belén Gopegui es cosa mía, pero me irrita que a ella se la señale por un vicio general, en el que caen sobre todo los que creen haberse refugiado en la literatura pura.
En Deseo de ser punk experimenta un juego de ficción difícil, el de situar el punto de vista en la primera persona de una adolescente que pasa por un periodo de desorientación, expresado en la complicada relación que sostiene con el rock radical, metáfora de la complicada relación que sostiene con el resto del mundo, su familia en particular.
Belén Gopegui sigue realizando una cartografía de la psicología de la gente en nuestro marco económico y social capitalista, un cinturón que, según su punto de vista, estructura y condiciona las emociones y la afectividad en todas las relaciones humanas. Su tour de force es situarse en un punto de vista que para un adulto es posiblemente lo definitivamente otro: la etapa adolescente. Los adolescentes fueron tratados tantas veces en la tradición de la novela de aprendizaje, muchas veces con propósitos catecumenales, que cabría hacer un género del asunto. Pero Belén Gopegui intenta ser ella adolescente. Lo deja muy explícito su esfuerzo por encontrar un acuerdo aceptable entre un lenguaje adolescente disminuido, un mundo cerrado en las letras de las canciones, los paseos con amigas y los escarceos sentimentales y un impulso de visión general de las cosas. Se desdobla en tres personajes: el padre, el padre de la amiga, y la adolescente misma, como tres puntos de vista sobre el mundo, algo que se suele encontrar en sus novelas. El padre incapaz de entender a su hija e incapaz de entender la vida en el momento que ha quedado en paro. El padre de la amiga, muerto joven como corresponde a un buen rockero, que traza un hilo intergeneracional de rebeldía. La adolescente, que se descubre en contra, sin saber aún de qué. Así hila una novela que me interesa sobre todo por el esfuerzo de mirar desde donde no se puede mirar: el tiempo ido.
Es posible mirar, escribir, desde personajes otros en donde la distancia puede ser el género, la clase, la historia, la cultura, etc. Pero, ¿cómo escribir sobre el otro que fuimos sabiendo lo que sabemos? Es intentar ver el mundo borrando lo que hemos sido. Porque hemos sido adolescentes y hemos dejado de serlo. Porque el haber sido adolescentes nos ha marcado, pero el haber dejado de serlo nos ha marcado mucho más: es retirar las capas de identidad para hacer arqueología de un sujeto en ciernes. Hay una referencia en la novela a El extranjero de Camus (para mí también fue la lectura de mi adolescencia), pero Belén Gopegui debe estar pensando más bien en El hombre rebelde, en la arqueología camusiana de la rebelión contra lo real. Lo que ocurre es que debe buscar las claves en lo que se ha perdido por metamorfosis, como si la mariposa quisiera novelar su etapa de pupa en el capullo. Como quien traza un paisaje desde el fondo del mar, donde no se ve más allá de unos metros, pero sabe que el mundo es muy grande, y lo sabe porque ya ha recorrido muchas sendas.

Me ha enternecido la reivindicación del personaje contra la sociedad. Curiosamente, años atrás, cuando las cosas eran de otra forma, fue esa misma la reivindicación de muchos movimientos "jóvenes": dejadnos espacio.

"—Es una sola: locales para los adolescentes. No
bares ni cines. Sitios donde no haya que pagar. Locales
nuestros, como se supone que tienen los pijos que viven
en casas con garajes de sobra. O como los que se
okupan pero sin que nadie te eche después de un año.
Locales donde podamos juntarnos cuando nos parece
que todo es peor que lo peor y que lo único que esperan
de nosotros los adultos es que llegue un día en que
empecemos a vender y comprar todo. Como si no
importara que alguien se rompa, porque se supone que
habrá más. Cuando alguien se rompe, hay que
arreglarlo, ¿vale? Hay que dejar todo y ponerse a
arreglarlo. Pero, para eso, necesitamos sitios.
—¿A quién le haces esa demanda?
—A los adultos con poder. A vuestros jefes, a los
banqueros, a todos los cabrones que ni siquiera saben
que existimos, y también a todo el que pueda dar un
local para uso de adolescentes. Desde los quince a los
veinte, luego nos vamos y que vengan otros. "

lunes, 19 de julio de 2010

Palabras de otros


En http://salonkritik.net/09-10/2010/07/la_burbuja_cultural_y_la_econo.php#more

Pensemos con las palabras de José Luis Brea, ahora que estamos de vacaciones.

La burbuja cultural -y la economía improductiva -- José Luis Brea

Cuando Zapatero todavía era una esperanza creíble, anunció con discreción y casi timidez -en el programa electoral de la que resultaría su primera legislatura: tal vez valorando que no iba a ganarla los nefastos clientes de su acomodaticio clientelismo no habían hecho aún presencia- un giro para la economía de nuestro país cargado de audacia y promesa. Donde el peso de los flujos dinerarios inflaba imparable -apestosillo a corruptela popular: y de aquellos polvos estos lodos, nunca se olvide- la malhada burbuja inmobiliaria, nuestro socialista todavía visionario -antes de que los progres de su gabinete le abarataran la proclama en tontunas de corrección política- declaró un giro que pondría en cambio la carga de su proyecto-programa en la esp eranzadora economía del conocimiento.

Claro está que a muchos semejante promesa -aunque fuese electoral, y por lo tanto flagrantemente fraudulentoide desde su declaración- nos dejó encandilados, y aún votantes -qué cuernos el 14M, algunos sabíamos qué votábamos. Cuando además se vio que aquello no sólo se traducía en un querer invertir en serio en la i+d+i famosa a nivel (post)industrial, de genuina economía inmaterial -lo que viniendo de habermasianos atenazados por el sindicalismo obrerista del que eran rehenes ya era un puntazo-, nuestra simpatía se convirtió en -casi- pasión y hasta militante proselitismo.

Pero esa promesa quedó bien pronto en nada, pura agua de borrajas. Ni en primera ni en segunda legislatura el país ha invertido sensatamente -que se sepa y pueda demostrarse- un solo euro ni eneconomía de conocimiento ni en i+d+i, y el resultado es que ningún sector productivo -que se sepa y pueda demostrarse- ha aflorado o crecido de modo significativo en este tiempo. Toda nuestra economía -de especulación: tampoco y ni siquiera ella productiva- siguió anclada en el ladrillo: que lo que para la escena internacional se dice crisis tenga que para nosotros llamarse catástrofe nombra ahora -y de esto la culpa no puede hacerse infinitamente retrospectiva- justamente ese fracaso absoluto. El de haber sido -los socialistas del siglo 21- incapaces de sacarnos de ese enfangamiento fatídico -en el que ahora nuestro país ya boquea como pez varado, sin ser capaz de imaginar de dónde le llegará el oxígeno- y conducirn os, como se anunciara en proclama de inteligencia nunca cumplida, hacia ese recentramiento de la economía en una efectiva del conocimiento.

Queda en todo caso por hacerse la pregunta de qué fue del único “sector” en el que un cierto intento serio de “reconversión” -surgida de un esfuerzo de introducir en ella la potencia de la investigación como motorizadora de innovación- fue sondeado: a saber, el campo de las producciones simbólicas y culturales. Si hubo un espacio en el que cuando menos las declaraciones iniciales parecían apuntar a la transformación de una economía improductiva y puramente simbolizadora -del entretenimiento y el consumo de bajo nivel de productos basura- en otra de innovación incrustada en los potenciales del avanzado capitalismo cognitivo -ese espacio y territorio quiso ser el cultural. Pongamos que la justificación de inflación de la segunda burbuja a cuyo pinchazo asistimos ahora inermes -el de la cultural- tuvo como coartada y justificación de inversión pública el programa implícito que señalizaba como posible pol ítica de estado de gran alcance -pues insisto en que sobre su eje se quería hacer pivotar todo el proceso de cambio de nuestra segunda gran reconversión, la del conocimiento- nuestra entrada en el “capitalismo cognitivo” por la vía, acaso bajo la máscara, del “capitalismo cultural”, invirtiendo a manos llenas -y es mucho el dinero de las arcas públicas derrochado, para nada- en eso de las “industrias creativas” que a los ingleses parecía estar saliéndoles tan bien.

Claro que hacer las cuentas de cómo esa inversión ha sido un tal fracaso y ello puede leerse como segunda burbuja pinchada -y no menos grave, si nos atenemos a la enorme cantidad de población trabajadora a la que ahora mete en el desempleo más o menos encubierto- requeriría análisis más detallado -que lo que esta extensión columnista permite. A salvo de compromiso de retomar el tema con mayor exhaustividad más adelante, sí que quiero comprometer aquí la consideración de dos tiempos -pues la burbuja se ha hinchado y pinchado en efecto a lo largo de dos ministerios bien diferenciados en su proyecto y malgestionamiento- y dos escenarios también bien distintos: el del “arte” y el del “cine”, pues ciertamente ni en el del libro ni en el de la música se han tomado iniciativas particularmente significativas que hagan pensar que fueran tomadas en consideración como posibles escenarios para nuestra original manera de plagiar el recentramiento de l a economía en una cognitiva por la vía de transformación de las políticas culturales en inversión favorable al desarrollo de las industrias creativas.

Primera toma, en el escenario del arte y el ministerio del poeta-gestor César Antonio Molina. Digamos que su gran apuesta innovadora fue el mundo del arte-entretenimiento-espectáculo, con el Reina Sofía como buque insignia y la optimización del proceso de selección de director como herramienta principal de “innovación”, convencido de que con ello sería suficiente para hacer ingresar nuestro precario y empobrecido mundillo del arte en los niveles de primer rango internacional. Por supuesto, eso nunca ocurrió: para que el sector del arte pudiera transformarse en profundidad en una escena de economía productiva, su “industria” -por llamarla con un nombre por completo inapropiado- necesitaría verse transformado en un amplio espectro de subsistemas, desde la formación del artista hasta la generación de aparato crítico, desde la educación misma del ciudadano-receptor y las propias condiciones de establecimiento de un mercado real (y no una pura <>burbuja asistencial artificialmente alimentada por las compras y las subvenciones públicas) en su espacio. De todo ello, lo único que reformó el celebérrimo documento de buenas prácticas fue lo más espurio y superficial, el procedimiento de selección de los directores de los museos, esos vetustos almacenes de antiguallas por más que contemporáneas, a los que no se consintió en ningún caso variar de veras ni siquiera las políticas de adquisición.

Y claro está que sin haber podido tocar en lo profundo la colección y su consistencia interna, por ejemplo, y sin poder intervenir -salvo al estilo apabullante del elefante en cacharrería que quiere hacerse con la jefatura de todo, todo- ni la educación de artistas ni de críticos (si eso existiera), ni de reorganizar las mismas condiciones de producción, apenas el buen talantismo -de escuchar a la “sociedad civil” del sector presuntamente autoorganizada- podía aquí servir para otra cosa que un barnizado legitimante de último minuto, de cara a la galería -de esa misma escuálida “sociedad civil”. El resultado: toda la producción de arte contemporáneo en nuestro país sigue donde estaba -o sea, en ninguna parte, salvo casos contados de autogestión esforzada-, seguimos teniendo una educación de artista decimonónico-romántica (eso sí, ratificada a la boloñesa), nuestra capacidad de recepción inteligente o crítica de las producciones simból icas sigue sin mejorar un ápice … pero, eso sí, hemos mejorado enormemente nuestros grados de autocomplacencia -merced, claro está, al potenciamiento de los momentos dialécticos de la falsa conciencia que trajo el buenpractiquismo.

Y ello por obra de una inversión tendenciosa que pone el signo y la singularidad del proceso entre nosotros: lo que se predicaba acceso al capitalismo cognitivo por la vía de la producción simbólica es rápidamente reconducido y secuestrado por la ideología de la resistencia. En vez de un capitalismo cognitivo-cultural,nuestro buque insignia -y con él toda la política cultural- invierte en negar y dificultar que tal cosa emerja y pueda llegar a consolidarse entre nosotros. En vez de fuerza de innovación y creatividad basada en la investigación -lo que en efecto necesitaría de la consolidación de un campo intelectual para las artes entre nosotros, resultante de una correlación de fuerzas muy densa entre universidad, institución cultural yeconomía de innovación en el sector- toda la producción artística se consagra a beneficio de lacantamañanería antagonista (tardofrankfurtiana-situacionista ), ocupando (insistiendo en okupar: haciendo de precariedad virtud) el terreno figurado de la antitética, de la resistencia al demonio Capital, y a que -lo prometido era deuda- el capitalismo se transforme y despliegue en nuevos escenarios desde los que potenciar tanto la emergencia de un sector verdaderamente productivo y generador de riqueza colectiva, el del conocimiento, como la capacidad de reconfigurar toda su fuerza simbólica en receptividad crítica y no en la reiterada e improductiva proclamación tediosa de la resobada cantinela resistente.

Lo que de ello se sigue: el mantenimiento del quehacer productor de obras en el espacio de la economía artesanalista, el del trasnochado comercio de objeto singular y fundamentalmente -salvo la pequeñez de su libre mercado no destinado a la captura derrochadora de dinero público- improductiva. Y su consagración subrepticia a un valer como consuelo para esas grandes capas de la ciudadanía deficientemente integrada en el tejido económico-productivo -esa otra gigantesca bolsa de paro larvario-, al proporcionarles la narrativa fiduciaria de heroicidad por la que se autorepresentan su situación de desocupación como una de ejercicio práctico de eticidad y trabajo político. El de pertenecer a un sector creativo -pese a que su creatividad efectiva es nula, mera repetición cansina de lugares comunes- y a la vez a uno de la ciudadanía políticamente activo -aun cuando, de nuevo, la eficaci a política de este sujeto solazado en su autoimaginación de antagonista forajido-pirata siga también siendo exquisita e igualmente nula.

Pero, y como el sector de población afectado de esta psicopatía colectiva de conciencia falseada es tan amplio, lo que podría parecer que redunda en una economía puramente improductiva -y desde el punto de vista de la generación de riqueza lo es- tiene para bien o para mal un registro en el que rinde, en cambio, mucha eficiencia: a saber, el de la economía afectiva. Todo lo que no resulta en generación competitiva de innovación en la producción de imaginario -inmaterial ahora: resultado de aplicar creatividad a las producciones simbólicas en el escenario de las tecnologías electrónicas de producción y difusión de imagen- beneficia únicamente a la producción de esa afectividad consoladora de la que se sigue un deplorable bálsamo para sujetos autosatisfechos -que se embadurnan con la palmadita en el hombro del colega que les hace el guiño cómplice como “uno de los nuestros”, miembro compañero de la m ismacomunidad de “elegidos” para salvar el mundo.

Nuestro país sigue entretanto sin generar un sólo producto artístico de interés medio internacional -ni despliega creatividad alguna en el espacio de las producciones simbólico-cognitivas avanzadas- pero todos nos sentimos maravillosamente recompensados -esquema de la zorra y las uvas- decidiendo que el no-acceso a ese ahora redefinido como “objetivo lúgubre” -el de un capitalismo cultural- es por todos repudiado: nosotros no pertenecemos a esa caterva ferial-museal-bienalista de otros tantos establecimientos culturales vendidos a las lógicas del entretenimiento y el turismo cultural, sino que somos y seguimos siendo un pueblo de artistas todos y anarquistas más.

Y, voilá, lo que se prometía en papel mojado de programa electoral fue así en un birlibirloque truculento escamoteado ya para siempre, entregando a cambio la falsa moneda de, justamente, lo que ya antes había y en nada se había visto transformado.

Vamos ahora a imaginar que cuando Moncloa puso de patitas en la calle al ministro gestor-poeta no lo hizo por el quítame allá esas pajas de su conflicto con Exteriores -ni con las autonomías- sino por algo que lo mereciera de verdad: el haber fallado de una manera tan flagrante al anunciado compromiso electoral, tanto como para dar una larga cambiada que terminara en, precisamente, el extremo opuesto de lo prometido, de vuelta al hoyo mismo del que se nos tenía que haber sacado. Y vamos a imaginar también que el nombramiento en sustitución de la ministra-gestora-guionista quisiera reeditar el intento -de reconducir el sector de las industrias culturales al prometido escenario de la economía del conocimiento- en un campo en principio menos recalcitrante y cantamañanas, y más dispuesto a resolver la transformación de sueconomía propia en un modos de productividad no puramente afectivo-simbólico-ideológica, el del cine.

El desparpajo altoparlante de la ministra puso muy en claro y a toda velocidad -en esta segunda toma de la promesa electoral escamoteada, aunque ahora ya ésta se había revisado en captura clientelar, para complacer a los artistas y sus industrillas- que tampoco aquí podía esperarse mucho. Sus declaraciones contra la red y los internautas dejaron bien claro rápidamente y desde el comienzo que el compromiso que traía con el cine -y las entidades de gestión de derechos- la mantendría cautiva en la salvaguarda cortoplacista de los intereses de una industria que antes que saber de innovar -e innovar significa apostar por el progresivo desplazamiento de escenarios y modos de economía cultural, en la dirección de las tecnologías electrónicas- quería ver certificado el modelo subvencionista y de economía de regulación del acceso bajo la forma del consumo, y resueltas las diversas guerras “culturales” -la del cine, la del fútbol, la de las televisiones (en realidad una y la misma)- a favor de los socios mediatico-políticos del gobierno, sin ambages y de una vez. Y punto. Si todo ello requería de una gestión rápida y decidida, se eligió a la persona adecuada.

Muy pronto cualquier promesa de indagar las posibilidades de desarrollar nuevas economías productivas en el entorno de las industrias creativo-culturales se vieron entonces definitivamente descartadas, aquí a favor de los intereses creados -de unas industrias que organizaban su producción de riqueza bajo las condiciones de las economías de distribución, haciendo de la regulación exhaustiva de los derechos de autor y reproducción el caballo de batalla por excelencia, en el que tomar partido a favor de los intereses del grupo mediático que desde siempre mandonea -y Molina pagó bien cara la tentativa de distancia- y mangonea “su” ministerio, el de cultura, cuando gobiernan los socialistas.

De tal modo que también aquí la promesa de recentrar los núcleos de la economía productiva en el espacio cultural, por la vía de la investigación, la innovación y la creatividad, quedaron nuevamente aparcadas -vade retro, Internet- a favor del tradicional cautiverio de la producción cultural-basural en manos de los grupos de presión editorial-mediáticos y su modo tradicional de secuestro de lo político. Visto el ensanchamiento de la crisis y la rapidez con que la segunda burbuja, la inversora de gasto público en el espacio de la innovación cultural, ha debido someterse a recortes exhaustivos, todo lo que resta se redirige a donde siempre se dirigió: a la cooptación clientelar de los agentes mediáticos capaces de garantizarle al gobierno, ante la proximidad de unas elecciones ya casi dadas por perdidas, un desastre electoral lo más suavizado posible.

Claro está que para ello de nuevo era necesario -es necesario- mantener en la improductividad el sector -aquí de nuevo una inversión seria requeriría actuaciones simultáneas en formación, industria cultural y modelos de creatividad técnica innovadora, que por supuesto ni se ha planteado hacer-. Y en este caso ni siquiera a beneficio de una economía de afectividad socialmente compensadora, sino de la rentabilización instrumental -e instrumentalizadora en términos de ingeniería social, como capacidad de gestionamiento táctico de los estados de la opinión pública- de los pactos clientelares implícitos entre las industrias culturales asentadas -falsamente “culturales”, en realidad sólo mediáticas- en el antiguo modelo de siempre, de las economías de distribución, y el artero cálculo de rentabilización política que, en pago por los favores prestados, reciben de manera más o menos encubierta las formaciones políticas.

Por supuesto que éste -instrumental, donde la improductividad del sector como generador de riqueza competitiva se sacrifica a la satisfacción de los industriales afines y dispuestos a reciprocidad- no es un modelo particularmente exclusivo del hacer de los socialistas -no otra cosa hace el PP donde gobierna-, pero lo que aquí estamos lamentando es ver cómo una promesa -de concebir las políticas culturales bajo otra óptica: la de la innovación en el terreno de las economías de conocimiento- que sí hicieron ellos, los socialistas pretendidamente del siglo 21, se ha visto por dos veces traicionada, desde dentro, por ellos mismos, y en cada ocasión a favor de una improductividad cada vez más lamentable.

La primera, en el campo del arte, sacrificando toda investigación innovadora al altar de la producción ideológica de falsa y complaciente conciencia resistente (alimentada del voluntarismo ciudadano autosufragadas de la mera economía ideológico-afectiva). Y la segunda en la renovación del secuestro de la producción cultural por lo mediático-político, sacrificando aquí cualquier tentativa de innovación a la urgencia de negociar a la baja el control del desastre electoral que para el partido en el poder parece acercase cada vez más ominoso, fruto de su efectiva radical inoperancia no digo ya en el afrontar la crisis, sino en haber efectivamente reconducido la economía de nuestro país a algún territorio en el que hablar de economía del conocimiento fuera otra cosa que pura retórica y flatus vocis.

Cierto que esto nos hace perder ya casi toda esperanza -cuando menos a medio plazo- y desdibuja nuestra capacidad de respondernos a la sempiterna pregunta, del ¿qué hacer? -si ya ni siquiera sabemos a quien votar, en quién creer

Dando por perdido el tren de la economía del conocimiento en el campo cultural, acaso -permítanme que cierre un poquito en broma- puede que sólo nos quede apostar por incorporarnos al aparentemente más resultón campo de un capitalismo esportivo.

No sabría yo -que de esto no entiendo nada- si podría aquí hacerse verdadera investigación, innovación y desarrollo -y abrir con ello un espacio de genuina economía productiva. Pero al menos estoy seguro de que sí tenemos un buen nucleillo de cabezas pensantes capaces de innovar modelos -cuando menos del estilo de juego: grandeza de Guardiola, Xavi e Iniesta- y que, bien mirado, hasta su rentabilidad en términos de generación de economía simbólica (y patriotera) es, seguramente, mucho mayor que la de gastar dinero en pagarle a Barceló toneladas de embadurne pintoyó para chorrear obscenamente la cúpula decorada de lagran narrativa zapaterista solucionaelmundo: la de la alianza benettoniana de civilizaciones.

Que Lissavetsky -o tal vez Iker Casillas-, nuestro con mucha suerte próximo Vicepresidente Primero de Economía y Deporte, en grado de sustituto del cabreadísimo Solbes, nos pille confesados (a los del sector cultural, digo) …

viernes, 16 de julio de 2010

Deseo de ser un piel roja

Vencido y derrotado mi cuerpo por los muchos trabajos y penas del curso, me retiro dos semanas a pasear en silencio. El diario cierra por vacaciones.

domingo, 11 de julio de 2010

Casi a (un) diario


Los soportes materiales importan. Pensaba que el diario no podría ser sino un cuaderno, objeto de papel encuadernado y cerrable, ocultable, escrito en la frontera del secreto y el deseo de ser leído, como el exhibicionista que mostrase su cuerpo en una cámara oculta en la que ha dejado un agujero por si alguien pasase por allí y se atreviese a mirar. Frida Kahlo pintaba y escribía con pincel una historia de desesperanza; el adolescente que fuimos deseaba atrapar con torpes palabras lo que creía una experiencia única (y acertaba, lo era; era lo que él habría de ser más tarde); el escritor estilizaba su brazo en la moleskine; el ordenado racionalista daba cuenta de nombres y sucesos por si acaso necesitase la historia de su testimonio. El teclado y la pantalla no cambiaron el diario sino al escritor de diarios: pantalla como piel transparente, cuando ya nada importa, cuando la privacidad es imposible y el ocultarse un sueño de los tiempos pasados; cuando las tripas y las neuronas están en los archivos del estado; y el curriculumvitae; y los mocos que uno se quitó en la puerta de Toledo de la Plaza Mayor; y los deseos que la mirada no sabe ocultar. Los blogs nacieron de la resignación.
Escucho a los jóvenes poetas del PAN nuestro de cada año que Fabio Rodríguez de la Flor y Manuel Ambrosio Sánchez milagrean incomprensiblemente en los eriales de Morille, y oigo sus micropoemas, y me quedo colgado del ingenio de Ajo y sus mordacidades, y entiendo que sean recurrentes sus desamores y pérdidas, y me río con Víctor Balcells y me pongo serio y sentimental con Ben Clark, y me pregunto por qué uno ya sólo tiene sus nostalgias para dejarse la piel en la pantalla, y me pregunto si mis humores serán sólo de bilis negra. Y aunque aborrezco la autorreferencia, me pregunto por qué quienes siempre ocultaban sus escritos en los fondos del cajón dejamos ahora que anden por ahí.
Y me respondo: porque somos de la generación de Willy, que sabía cómo ocultarse en una multitud.
Escribe y recita Ajo, con su pequeño sonajero de puntos suspensivos:
"¿Y si el corazón no fue más que el aumentativo de la palabra coraza...?

jueves, 8 de julio de 2010

Salidas del infierno

Cuando Blumenberg escribió Salidas de caverna estaba recobrando, quizá conscientemente, el tema barroco del mundo como teatro de sombras, producto platónico de la Contra-Reforma, necesitada de una urgente metáfora que equilibrase las potentes figuras del mundo-reloj, conciencia-mapa, etc. Algunas viejas metáforas envueltas en los viejos mitos quedaron apantalladas y eclipsadas por esta ola de ilusión, sueño y escepticismo. Una de ellas, a la que acabamos de dedicar un curso en el Círculo de Bellas Artes, bajo el título: De Orfeo a la música de las esferas, pertenece a una familia menor, pero no sin derechos de nobleza, que trató de mediar entre las dos culturas apolínea y dionisíaca, humanista y científica, racionalista y emocional. Es, claro, el mito del señor de las bestias que aplaca el griterío de las sirenas, mujeres-pájaro, con una inaudita armonía de nuevos órdenes donde lo matemático y lo emocional se tejen sin costuras. Aquél que baja a los infiernos por amor y vuelve sin su amada por no haber mantenido la mirada fuera del averno. Aquél que fue despedazado por las ménades que no consentían su poca entrega a Dionisos. Orfeo es la versión helenística del tema de David, músico, guerrero y profeta, y de Cristo, quien habría de completar la tarea que Orfeo dejó a medias, descendiendo a los infiernos para traer de ellos a los fantasmas condenados.
Hemos discutido la figura órfica desde todas las posibles ventanas. Pero ahora, ya cansado y casi dormido por los cantos inaudibles de la noche de julio, se me ocurre que todo el problema estaba en los infiernos.
El infierno es el añadido teológico a la caverna. La caverna es un mito laico: la caverna es, nada más, nada menos, la cuarta pared de la cultura del espectáculo.
El infierno es la realidad. De la caverna hay salidas, del infierno no.
De ahí la incomodidad teológica con el infierno: si el Orfeo cristiano descendió a los infiernos, no pudo realizar su labor de traer de allí los cuerpos castigados sin hacer que los infiernos perdieran sentido. Si, por otra parte, el infierno no es sino el Hades, la isla de los muertos de donde nadie regresa si no es como fantasma, la vuelta, sea en forma de resurrección o de aparición, no será sino algo muy parecido a un sueño. Después de su vuelta, el resucitado no puede ser tocado. Ya no es lo que era. El infierno-hades es la irreversibilidad. Quien vuelve ya lo hace transformado.
Orfeo-tiempo. Todos somos Eurídice en el momento de desvanecernos cuando la persona querida quiere volver a donde no se puede: al pasado.
El infierno son los otros, dijo un ilustre cínico contemporáneo. El infierno no es sino lo que fuimos.

domingo, 4 de julio de 2010

El pájaro en sazón






Pasan nuestros días ordenando y desordenando el mundo. Como niños con sus legos, construimos para destruir, clasificamos para malcomprender, calculamos para derrochar, subimos para bajar. La ciencia y el arte obedecen esta ley de ciclos: cuando ya parece acabada la obra, la teoría, el mundo, está llegando el momento de su destrucción. Y en la destrucción se entreven las nieblas de nuevas ordenaciones. Creativas destrucciones que terminan por dar sentidos imprevistos.
He ahí la obra poderosa de un conocido, muy conocido, artista plástico español, que había sido cedida para ser enterrada en en Cementerio del Arte de Morille. El sujeto ensimismado en su máscara de Yorik: meditando sobre el bufón que fue, que él mismo es en su desdoblada vida.




Camina en su catafalco portado en los hombros de poetas y artistas que se han adentrado alguna vez en los laberintos de la creación y saben ya que un autor se desdobla siempre en alguien que hace y deshace


Y ahí en su ya irremisible tumba alguien destruye la obra como discurso funerario: una obra que no sólo habrá de ser enterrada sino destruida para permanecer fiel a la ley de hierro de la creación artística. ¿Por qué alguien profana este presunto cadáver exquisito y lo veja y lo destruye?, ¿quién es él para tal atrevimiento? Pero "¿quién es el autor?" se pregunta Foucault, en un tiempo en el que ya hemos enterrado al genio con sus genialidades, sabiendo que el creador de hoy seguramente será cromo de pared mañana.




El nuevo Hamlet, sin cabeza ni sin cráneo de Yorik en las manos, medita ahora, más profundamente, (a metro y medio de profundidad), entre el polvo al que está volviendo por momentos, sobre quién es él, quién es el autor, qué es el arte, a dónde vamos y de dónde venimos.

He asistido a varios enterramientos de obras. En todas hubo siempre un gesto para pensar y recordar (esa es la función del rito funerario). En éste último, el gesto de destrucción, sorpresivo, emotivo, irrevocable, nos reveló en su acontecer algo muy profundo sobre el hecho de la creación y el destino de la fama.

Si alguien se cree grande, que mida su propia tumba, cantaba un tiento en The Limits of Control, la última película de Jarmusch. El tamaño de la tumba es el tamaño de lo humano. De su experiencia de su vida.

jueves, 1 de julio de 2010

El arte del silencio





"Negro, nada, infinito: el cuadrado negro de Malevich", nos explica estos días Fernando Rodríguez de la Flor en un encuentro sobre Arte y Muerte, a propósito del Cementerio del Arte, en Morille, una aldea de Salamanca donde se ha reservado un espacio entre encinas donde diversos artistas donan una obra para ser enterrada. Explica que el Cuadrado Negro no es, como tanta estética moderna ha entendido, fruto de un deseo nihilista de desaparición, fruto del agotamiento, sino fruto de la lógica de una fuerza y voluntad de expresión. Es una obra contemporánea del Tractatus, y quizá no por casualidad sean ambas goznes sobre los que gira la cultura del siglo pasado: un arte que sabe que la representación es solamente una de las dimensiones. Un arte en el que el silencio representacional no entraña ansias de desvanecimiento, sino todo lo contrario, de metamorfosis en pregunta permanente.

Wittgenstein tardará aún varias décadas en extraer toda la potencia que ya estaba en el Tractatus. Su obra tardía es una persistente reflexión sobre la mezcla de necesidad y libertad en la interpretación, en un continuo de prácticas sin esencias representacionales. También el arte, a punto de abrir innumerables sendas de exploración que habrían de dejar sinsentido el término "vanguardia", tan espacial, tan "dirigido a", tan grito de batalla: cuando las sendas corren a muchos lugares, cuando los espacios se han roto, las vanguardias dejan de tener sentido, sólo quedan exploradores. A la proposición acerca del silencio ("de lo que no se puede hablar....") que acompañaría desde entonces a la ética y la estética le habría de suceder la riqueza ilimitada de los juegos; al Cuadrado Negro, le habría de suceder un bosque de obras en donde la suspensión del significado sería el modo de señalar que la obra de arte no se agota en la interpretación. Días atrás señalaba la dificultad de pensar sobre el acto constitutivo: "Esto es arte". Simétricamente, habría que reparar en la vacuidad de la pregunta "¿qué significa esto?" ante un objeto de arte contemporáneo. No porque no tenga "significado", sino porque, como descubriría Wittgenstein en las Investigaciones Filosóficas, lo que signifique está a la vista, no hay nada oculto. No hay mucho que decir, la obra se muestra a sí misma y crea el juego de miradas que nos transforma.

Paul Nougè, en El nacimiento del objeto, parece haber fotografiado en 1929 lo que estaba ocurriendo en nuestra cultura: a la era de la interpretación le llegaba el tiempo de la pregunta. El resto es silencio: