viernes, 25 de febrero de 2011

Instrucciones para acabar con la cultura

Me envía Fernando este debate entre el director del Círculo de Bellas Artes, Juan Barja, y el director de la fundación Juan March, Javier Gomá:
http://www.publico.es/culturas/362239/la-libreria-que-mas-vende-en-espana-es-carrefour
Es un debate inteligente entre gente inteligente sobre el lugar del libro en los supermercados, la cultura y el libro, etc. que entra en el pantanoso terreno de la relación entre los libros y la cultura. Ambos parecen estar cerca de una concepción de la cultura extendida desde el idealismo romántico, según la cual la cultura tiene que ver con el cultivo de las formas superiores del espíritu. Persona de cultura, cultivada,..., alguien modelado según un modelo de lo superior, de la Alta Cultura que el Estado ofrece en sus excelentes academias, museos, teatros, salas, universidades y escuelas varias. Quejarse de la degradación de la cultura ha sido desde el romanticismo una persistente tradición, casi una profesión,  que refiere la mirada a una Edad de Oro siempre situada en un tiempo y espacio nebuloso.
Hay otra concepción de la cultura, menos extendida y más peligrosa: la cultura como término explicativo de nuestra superioridad. Es una idea antropológica que se extendió en la era imperialista donde los colonizadores llevaban siempre un antropólogo de cabecera. (Sergio Martínez Luna leerá en breve una magnífica tesis sobre la historia de este concepto imperial). 
El tercer uso  se ha extendido para explicar las diferencias: multiculturalismo y todo lo demás.  Es el uso periodístico y vendepeines de los que te dicen "la cultura de las Humanidades,...".
"Cultura", en cualquier caso, siempre es un término de coartada. Un término dañino que se emplea para castigar al otro. Es un término que esconde bajo la alfombra la suciedad de lo que no se quiere o no se puede hablar. Es un término inútil a efectos teóricos, que ya solamente debería servir para ejercer la crítica del abuso de sus pretensiones. 
En la entrevista se alude al escándalo de que sean los supermercados las mayores librerías. El poder mercantil sometiendo y usando la cultura. Claro: el capitalismo ya se había convertido en capitalismo cultural cuando se descubrió a sí mismo que el capital cultural no era menos capital que el capital económico. Quejarse de que los supermercados vendan libros es como quejarse de que vendan ropa. Quien vive en Serrano se ríe de la ropa que vende el Carrefour (para los no madrileños: la calle de las tiendas pijas. Para los no españoles: "pijo" es la versión cutre y casposa del esnob hispano, que habla con un huevo en la boca sobre cómo y dónde viste y con quién se ha rozado en el partido de... (poner el deporte de moda del día). 
Desde que Bordieu, en  La distinción, la más certera de las teorías sobre la cultura, nos mostró el capital cultural como estrategia de ascenso, de "clase", deberíamos mirar con más distancia a la Kultura, a la Cultura y a las culturas: el doctor Higgins educándonos para que pasemos por aristócratas (quien usa el término cultura en vano parece elegir entre ser el Pigmalión Doctor Higgins o la Galatea del arroyo que quiere entrar en los salones del reino); el antropólogo aséptico explicando al Otro (escondiendo detrás de su cuaderno el rifle del colono); el multiculturalista sonriente que se sabe en casa (las culturas son siempre las culturas de los otros, lo nuestro es otra cosa).  

domingo, 20 de febrero de 2011

La memoria herida




Son (somos) muchos los que creen que el trabajo de la memoria no puede hacerse sino en el entorno de la imaginación. Así, el trabajo del duelo que acompaña a los humanos que han perdido lo querido, pasa por varias fases productivas: en la primera, la imaginación opera haciéndonos saber lo valioso que hemos perdido; la persona o bien perdido es re-presentado en sus mejores momentos. Sostiene Freud que el duelo es, al menos en esta fase, narcisista, pues no es al otro a quien pensamos, sino a nosotros mismos bajo la condición de desposeídos. En nuevas fases (Freud ya no las trata: simplemente postula una sustitución del bien), la imaginación productiva en la memoria relata en formas alternativas a la persona o bien querido acercándolo a una visión más realista y comienzan a surgir episodios que muestran luces y sombras de aquella persona o bien. Podría verse cínicamente como un ejercicio de "están verdes", ya no me gustan, como un reconciliarse con la pérdida diciendo que no se ha perdido tanto. Pero también puede pensarse como un ejercicio de sano cicatrizar de la herida, de hacer que la memoria nos reconcilie con la realidad.
Vienen estas abstractas divagaciones sobre la productividad del duelo a propósito de Pa Negre, que felizmente ha sido rescatada de la marginalidad (a la que probablemente había sido condenada por estar rodada en catalán) por una, por una vez, lúcida Academia de Cine. Es un ejercicio de duelo en la segunda fase. Comparte con las grandes obras narrativas de la memoria de la Guerra y Posguerra algunas metáforas: el fantasma, los ojos del niño, la colmena, la jaula de pájaros. Mi canon de obras imaginativas que hayan contribuido a un trabajo del duelo es muy corto: La caza, El espíritu de la colmena, en cine, La plaza del diamante, en literatura, pocos más (presentes en Pa Negre muy explícitamente).
La idea es simple: cuando recordar es doloroso, en la segunda fase del duelo, es porque la memoria nos trae algo más que buenos recuerdos. Quizá el mensaje conservador pudiera leer esta película como "también los rojos,..". No. Ésta es una película sobre qué hacen las guerras con los hombres. Y lo que hacen es destruir cosas más profundas que la vida. Que nadie salga indemne no significa que las víctimas y los verdugos sean iguales sino que el mayor éxito del verdugo es lograr la destrucción completa de la víctima y llevarla a un infierno sin futuro. Si la posguerra española está aún por re-presentar es porque no podemos: porque el daño que hizo aún nos ensucia. Por eso, tras el relato de la primera fase del héroe resistente, cabe comenzar a pensar en los relatos complejos como Pa Negre, en donde se comienza a hablar (quizá por primera vez, y tal vez por eso metafóricamente) de nuestra herencia. Puesto que, como en la novela y película, la herencia está manchada, recordar es recordarnos que hay trabajos de duelo aún por hacer y mucho más urgentes que los de historias de héroes y villanos. Para los españoles, Pa Negre podría suministrar algunas claves sobre la transición y la generación que la hizo de las que aún, tal vez, no somos capaces de hablar.

martes, 15 de febrero de 2011

Contra los pronombres personales



Nace una nueva revista cultural, El espacio mental, entre cuyos redactores está Fidel Moreno, un alumno con el que conecto rápidamente en las discusiones de clase. Cantante, (El hombre delgado y los desastres naturales, Morituri), camarero por mor de la crisis, activista, etc. Gracias a la vida porque existan aún optimistas de la voluntad y pesimistas de la razón. La revista es muy recomendable. Pero querría referirme a uno de los artículos que aparecen en el primer número, firmado por Santiago López Petit, uno de nuestros pensadores más radicales muy en la línea de Teoría del Bloom, (Melusina), del inquietante grupo Tiqqun, a la que en algún comentario ya me he referido. Santiago López Petit forma parte de Espai en Blanc, una de las iniciativas de activismo en la red más interesantes. Puro espejo roto del mundo. Propone en este artículo nada menos que dejar de ser ciudadanos, irse al anonimato (¿quizás Anonimous?), abandonar la esperanza de los espacios públicos donde todo será siempre dominación cultural. Irse. Definitivamente, irse. Estar al margen.
Lo comento con Andrea Greppi, mi filósofo de la democracia de cabecera, y me responde que el espontaneísmo nos desarma siempre. Carlos Thiebaut me había respondido algo similar: es la propuesta del eremita, Cien Clavos, una película que en algún tiempo comenté.
Pero no me queda claro. Hay algo que tenemos que pensar sobre lo anónimo. Yo he decidido (o al menos me he resbalado hasta ahí) lo contrario: la pura transparencia: internet, los poderes y las dominaciones del mundo, saben más sobre mí que yo mismo. Mi mundo se parece más al ajolote de Cortázar que a los oscuros pasillos de V de Victoria. Lo entiendo como una forma de resistencia: hacerse trivial por inundación de información.
Santiago LP propone lo contrario: salirse del espacio público y convertirse en anónimo. No es una propuesta baladí. Pensar sobre ella: de hecho casi todos somos invisibles, serlo de verdad solamente es un paso que implica una voluntad de reconfigurar el espacio de lo visible. Humo en el espacio social.
La pregunta de si nos hace más libres, si nos protege más la anonimia que la transparencia, es uno de los debates de la política de la imagen que me parece más urgente.

viernes, 11 de febrero de 2011

Entonces, el silencio


Leo una historia, a su vez citada, en el libro del antropólogo David Le Breton, El silencio. Aproximaciones (Sequitur, 2009) (la historia está tomada de E.G.Belloti, Les femmes et les enfants d'abord. Seuil, 1983) : Un hombre sobrevive en un tiempo de silencio con su pareja. Están distantes desde hace muchos años. Ella siempre calla cuando están juntos. Cree que su pareja es callada. Un día llega a casa y oye que ella y su hija conversan y ríen sin parar. Al entrar él, callan.
Parecería una historia de miedo si no fuera una historia de la vida de las palabras (cotidianas). El silencio que habla más que las palabras. El libro de Le Breton está dedicado a todas las dimensiones del silencio. En este capítulo, al silencio y el género: al reparto de las palabras y los silencios por géneros. La historia sin embargo nos asoma al abismo de las relaciones humanas como relaciones basadas en la palabra y el silencio. Los silencios nos describen, a veces, aún más que las palabras.
Los filósofos han dedicado muchos volúmenes a la comunicación, a la acción comunicativa y a sus normas y condiciones. Necesitaríamos una filosofía de los silencios.

jueves, 3 de febrero de 2011

(Con) vivir con (el) miedo





He tardado en ir a ver De dioses y hombres (Des hommes et des dieux: Xavier Beauvois, 2010) porque me esperaba una vida de santos, pero no: es una magnífica película, de tempo lento, de luces y sombras y maravillosos primeros planos, de profunda reflexión moral sobre el amor y el miedo. El grupo de monjes bajo la amenaza de la violencia debe aprender a convivir con el miedo. Nuestras morales y éticas filosóficas, desde la Ilustración, se han convertido en reflexiones sobre la moral pública y la ética se ha hecho formal, metaética. Tras el final de las sociedades del honor la filosofía ha abandonado las virtudes que estaban asociadas a un mundo de fidelidades personales: cobardía o valentía, traición o lealtad. Paradójicamente, bajo el pensamiento superficialmente multicultural se extiende un aroma ético que pretende la movilización de estados afectivos de masas en defensa de los grandes conceptos, pero evita las viejas virtudes que tejen la trama de la polis, el cemento del demos. Antes, entre, después de la política, están las grandes emociones: miedo, ira, confianza. Y antes, entre, después de la política, están las viejas virtudes cívicas, las propiedades densas que sostienen la fábrica social. ¿Cabe aún seguir hablando de valentía y lealtad como virtudes básicas, como en la época de Aristóteles? Esta es la reflexión que propone Beauvois. "Somos como pájaros en una rama al viento" afirma uno de los monjes. "Sí --le responde una de las personas del pueblo que temen se abandonados por los monjes y con ellos por cualquier atención-- pero nosotros somos los pájaros y vosotros la rama". Y al final todo se reduce a eso: a veces somos los pájaros, a veces la rama. El miedo es la sustancia del poder: es la energía de la dominación. Sólo nos salva la confianza que damos y recibimos de las personas de las que dependemos. El miedo es el medio en el que sobrevivimos. Sólo caben dos actitudes: vivir con miedo o convivir con el miedo. Es el aprendizaje moral que propone la película.

martes, 1 de febrero de 2011

Poética filosófica

Una de las lecciones que uno aprende en filosofía, y que modestamente trata de enseñar y, hasta donde puede, ejercer, es la importancia y profundidad del estilo en filosofía. El estilo es, para el estudiante o para el lego, "escribir como" cierto autor o como cierta escuela. Una forma de articulación de la frase, un ladearse hacia ciertos términos, una longitud de párrafos, un seleccionar temas y conceptos. Todo eso es el estilo, mas sólo la superficie. El estilo es para el filósofo, debería serlo, su forma de agencia, de hacer que el lenguaje le exprese más que ser expresado, fascinado, embrujado, por él. El estilo en filosofía indica el grado en que se logra una voz (un "tono" dice con propiedad Stanley Cavell) propia. No se trata de originalidad sino de actitud ante el lenguaje. En este sentido, como también en otros, la filosofía está muy cerca de la poesía. La voz, el tono, son tan importantes como el contenido. Muestran más que dicen el grado en que el filósofo es consciente del medio en que trabaja. Muchos estudiantes, y me temo que muchos profesionales, pasan su vida sin hacerse cargo de esta obligación y pasan su carrera imitando la voz de aquellos filósofos y escuelas que le gustan o, peor aún, que facilitan el ser oído, leído, publicado. No niego que tal cosa haya de hacerse y seguramente aprenderse. Sería algo más que ingenuidad, irresponsabilidad, no explicarle a los estudiantes que hay que dominar los estilos dominantes en un mundo y en una academia en donde la publicación es la frontera entre tener o no tener trabajo. Pero también sería una ingenuidad y una terrible irresponsabilidad no enseñarles a hacerse conscientes del hecho y a que no les afecte a la voz. Todos conocemos a colegas a quienes les ocurre con el estilo lo que a los políticos con la prosodia de su líder: se esfuerzan tanto en parecerse que al final no son sino un remedo. Analíticos, posmodernos, nietzscheanos, wittgensteinianos, lacanianos,..., a veces no son sino caricatura de textos. A veces sus trabajos no llegan sino a textículos, por interesantes que puedan ser en otro sentido, porque carecen de voz, porque carecen de voluntad de lenguaje. Hay sin embargo dos clases de estilo que respeto y admiro por mas que no logre situarme en ellas. La filosofía, como la poesía, es siempre un trabajo en la frontera del sentido. Lo creativo de la filosofía tiene que ver con la expansión del concepto,y de ahí su liminalidad. Así, en un lado, están los que fuerzan el lenguaje para evitar ser contaminados de los sentidos dominantes. Son voces y textos que bordean la ilegibilidad o el hermetismo no por inhabilidad sino porque han decidido refugiarse en una Kamtchaka semántica donde creen que no llega el poder. En otro lado están los que ejercen la precisión con una aspiración a la claridad que lleva a una permanente voluntad de definición y a un irritante ejercicio de subnumeración y subdivisión de sentidos. Quienes no lo hacen por escolasticismo, por pura escuela, sino por una agencia de conceptos consciente y diestra, logran esa forma excelsa de creatividad que es la filosofía. Pero no hay nada necesario: tampoco en el estilo filosófico.
Me siento más cercano de otro modo de estar en el lenguaje que a veces bordea y a veces se lee como divulgación, pero que yo quisiera reapropiación y redistribución del lenguaje y de los conceptos. No creo que el lenguaje filosófico deba ser disciplinar ni interdisciplinar o transdisciplinar, sino contradisciplinar. También en filosofía hay una rebeldía lingüística que en mi caso lo es contra la escuela como forma de sumisión. Entiendo y admiro el hermetismo y el aburrimiento analítico, y entiendo su llamada a situarse en un nivel en el que el filósofo no es tocado por el poder. Pero a veces eso implica una violencia semántica que no es menos dañina. Muchos autores confunden el trabajo en la frontera con el vanguardismo. Vanguardia es quien va o se cree ir delante de. Como si hubiese que ponerse delante de alguien: arjai, los principios, arjon, pero también el que va delante, el arconte. Me siento, también en el lenguaje, cercano a la an-arquía, a un gobierno sin arcontes. El ir a los principios es para muchos filósofos ir al principio de la columna. Pero no es necesario. Nada lo es.