martes, 31 de mayo de 2011

Contra el marco, contra la vitrina, contra el escaparate

Se quejaba en una reciente entrevista en Babelia, Richard Serra de la persistencia del marco, el pedestal, ahora vitrina, en la escultura. El marco separa, distancia: crea un espacio en el que el espectador ya no está o está como observador distante. Velázquez trató en Las Meninas, como muchos otros autores del Barroco, de superar el marco e integrar al espectador al mismo espacio pictórico. Richard Serra ha dedicado toda su obra a ello. La entrevista, dirigida más por el potente discurso de Serra que por la perspicacia del periodista, llevaba una y otra vez a cuestionar cuál es el espacio del arte, el espacio de la obra. Y leyéndola, claro: pensé en Sol, cómo no, en cómo Sol está contribuyendo a subvertir no solamente los espacios políticos, sino también y sobre todo los espacios estéticos.

Sol te obliga a pasear bajo las carpas, a entrar en contacto físico y visual con los manifestantes, a vivir en medio de ese medio que las mentes policíacas sienten como basura, pero en realidad es un medio híbrido en donde resuenan sonidos que nacieron en el comienzo de los tiempos. Por eso, de pronto, me encuentro en que hay una secreta comunión entre Serra, Patricia Piccinini, los simbiontes de Sol y las transformaciones irreversibles de los nuevos espacios públicos que ya no podrán ser dependientes de la actitud pasiva del pedestal (los pedestales de Sol), de las vitrinas, de los escaparates. Redistribución, también, de la experiencia.
Se ha subvertido la palabra (otro día dejaré algunos de los mensajes), pero se ha excavado sobre todo en los estratos más profundos de los espacios públicos, allí donde los objetos y las gentes crean lugares y perspectivas nuevas, trayectorias que son al tiempo emocionales, reflexivas y sensoriales. Entramos en una nueva fase de espacios simbiontes donde seres, ideas, cartones, plásticos y reivindicaciones se mezclan en una nueva forma híbrida de espacio público.

Cuando los comerciantes y sus vitrinas logren expulsar a los acampados sentiremos la nostalgia de las heterotopías y heterocronías de Sol. Sentiremos la nostalgia de los espacios públicos sin pedestales, sin escaparates, sin vitrinas, sin marcos.









domingo, 29 de mayo de 2011

Teoría del cuerpo extendido

En el principio todo era piel, mundo indiferenciado donde la sensación interna y la sensación externa no tenían fronteras, donde la epidermis constituía la densidad de lo real.  En el principio todo era frontera, no había dentro ni fuera porque lo propio y lo ajeno aún no se habían manifestado como desgarro y escisión de la piel, experiencia de niñez y abandono. No había cuerpos: sólo un continuo de sensaciones y reacciones viscerales. El bebé vivía en un paisaje de reacciones epidérmicas, de colinas alzadas sobre momentos de placer y largos valles de oscuridades e irritaciones. Alimentos y defecaciones, caricias, baños, todo eran sensaciones sin percepción. El bebé comenzó a convertirse en niño al tiempo que un entrelazamiento de objetos tejió su piel con nuevas experiencias sensoriales: chupetes, sonajeros, múltiples capas de ropa que le eran impuestas y retiradas con ritual parsimonia, jabones y colonias, alimentos, paseos en un adormecedor carricoche. Su piel se pobló de sabores y olores, de aires refrescantes y cambiantes caleidoscopios de colores y brillos. El cuerpo comenzó a manifestarse como lo invariante en aquella secuencia de objetos que ya no eran piel y sin embargo levantaban un muro, una nueva sensación de frontera en la que la ausencia de la piel materna y la presencia del mundo se imponían como manifestación de una realidad de cuerpo presente, como experiencia de distancia y abandono.
Tal vez fue así: no recordamos la historia de los sentidos y de las impresiones que llevaron desde la piel al mundo, desde lo epidérmico a la conciencia del cuerpo. Pero no es osado pensar que los objetos que contribuyeron a la producción de la realidad fueron objetos que habían sido diseñados para hacerlo, una red de artefactos que habrían de ser el horizonte de un ser que ya comenzaba a ser, a poseer un cuerpo.  En el principio todo fue eros . Tardarían en llegar los tiempos en los que la caricia se convirtiese en cariño, la angustia por el abandono en deseo, y del eros indiferenciado surgieran los afectos, las amistades, el sexo y ocasionalmente los amores y desamores.  El cuerpo que habría de ser adolescente, persona adulta, ser perdido en el bosque de la historia, siguió siendo diseñado por nuevas ecologías de artefactos. Un día descubriría que la alimentación exigía cocina, el sexo sexualidad, el  amor habitación. Que el destino humano eran los cuerpos extendidos. Que la cama y la tumba eran, fueron, los dos objetos que convirtieron aquél organismo en el cuerpo que ahora era. 

miércoles, 25 de mayo de 2011

Hipótesis de la burbuja

Hace diez años, en una tesis doctoral que dirigía, formó parte del tribunal el economista José Manuel Naredo. En la comida, le comenté mi asombro por los precios a los que estaba llegando la vivienda en Madrid. Yo llevaba apenas dos años de emigrante y estaba asustado de esas cantidades. Me habló (discurría a la sazón el 2002) de la "burbuja inmobiliaria", un término que no se usaba en las páginas serias de economía pues era una jerga más bien de radicales. Era uno de los pocos que entonces defendía que estaba ocurriendo un fenómeno peligroso. Le pregunté por qué esperaba él que ocurriese en un futuro próximo. Me dijo que no esperaba que cambiase la situación, porque no era un problema de los bancos y las inmobiliarias, sino de que la gente estaba sometida a un mecanismo de autoengaño por el que pensaba que se estaba haciendo rica pidiendo prestado al banco a intereses bajos y viendo cómo el piso que habían adquirido subía de precio a más velocidad. "Mientras la gente crea que se está enriqueciendo mientras se está endeudando, esto no va a cambiar mucho", me dijo. Creo que le entendí en parte, y me convenció. Por si acaso, decidí abandonar toda esperanza de comprar un piso en la capital e hice de la necesidad virtud, conformándome con seguir en alquiler. Hasta hoy. Comenté con mis amigos, algunos más instruidos que yo en economía real, lo que había aprendido y se rieron de mí. Me dijeron: "eso es una locura, ¿tú has visto cómo crece la bolsa, cómo crece el PIB? ¿tú te crees que esto puede explotar? Es imposible. Se caería el sistema". Bueno.
Hace muchos más años, cuando me había convertido ya en un observador más bien pasivo de la dinámica política, más por la necesidad de recuperar el tiempo y las lagunas generadas en mi juventud que por convicción, y notando que los partidos de izquierda, al situarse en el poder, habían abandonado todo el tejido social de asociaciones de barrio, centros culturales, asociaciones de estudiantes, ..., y tantos lugares que nos acogieron y defendieron en los tiempos negros, planteé a mis amigos ya profesionales de la política, muchos de ellos en lugares centrales del nuevo sistema, si no pensaban que al abandonar estas tramas, e incluso despreciarlas si no perseguirlas, no estaban minando su propio suelo, me respondieron que tenía tendencias ácratas, que la democracia consistía en elegir representantes que decidían las políticas "reales" y que la actividad del poder era "poder hacer", algo que todas esas redes no alcanzarían nunca por su propia condición magmática.  
No lo noté entonces, lo empecé a sospechar más tarde: había alguna relación oculta entre la burbuja inmobiliaria y esto que le ocurría a la izquierda (a las muchas izquierdas, no sólo al partido dominante). También aquí vivían de prestado y veían que con lenguajes, conceptos y formas que les prestaban a bajo interés, sus réditos aumentaban de año en año en votos: tomaban prestados significados como "solidaridad", "políticas de igualdad", "democracia", ...., y obtenían resultados crecientes en forma de puestos de liberados sindicales, concejales, asesores, diputados, etc. Algunos, muchos, empezaron a pensar que aquello no llevaba buen camino. No citaré nombres para no perjudicarles. Pero quienes levantaron la voz fueron acallados y quienes levantaron el dedo fueron expulsados de las organizaciones respectivas. Les pregunté a mis amigos aún poderosos si no creían que esto iba a explotar algún día y me dijeron. "Es imposible. Se caería el sistema. La democracia es así". 
Ahora veo a aquellos amigos abrumados porque no entienden muy bien lo que pasa: no saben si acusar a su compañero-adversario, a los acampados en Sol, a los medios radicales de la derecha, a la Iglesia o a Dios mismo. Ahora veo también a una generación de endeudados, que han endeudado sobre todo el futuro de sus hijos, y les observo indignados sin saber a quién culpar, si a la izquierda, al PSOE, a los acampados, o a Dios mismo. 
Hubo un lugar, un tiempo en el que pasó algo similar: llegó un tal Berlusconi y lo arregló con un nuevo contrato. Tal vez, muchos creen, esta será la solución para las dos burbujas. Vaya. Mientras tanto, sigo viendo The Wire. La cuarta temporada lo explica todo. 

lunes, 23 de mayo de 2011

Al infierno con la cultura





No. No voy a comentar las elecciones. No soy sociólogo, sólo un ciudadano más que esperaba que iba a ocurrir algo como lo que ha ocurrido. Y la verdad: no sé cuánto me importa. La política de los países desarrollados se vive como una escisión entre conservadores y progresistas en un nivel muy superficial. Y muchas veces se confunde el síntoma, la escisión, con la enfermedad: la falta de horizonte. Y los "progresistas" sueñan con un líder que les saque de la situación como el pueblo hebreo soñaba con un mesías, y luego se desencantan de los moisés, de los obamas y de los zapateros, sin reparar en que es esa forma de soñar la que produce el daño más irreparable.
No: hoy quiero hablar de uno de esos perdedores de la historia a los que a veces se les concede la justicia poética. Herbert Read fue un crítico cultural que vivió la época de la Segunda Guerra Mundial y sus secuencias. Fue amigo Orwell, admirador como él del anarquismo español y combatido por los críticos culturales que fueron dominantes en los años cincuenta y sesenta. Cuánto me hace pensar que Raymond Williams, uno de los fundadores del Círculo de Birmingham y de los estudios culturales críticos, fuese uno de sus más ácidos adversarios. Read reivindicaba la superación de la escisión entre arte y artesanía, entre arte y técnica, entre arte como negocio y la vida cotidiana de la gente que, como parte de su experiencia, tiene una experiencia estética de la vida. Combatía el autoritarismo implícito en muchas de las tendencias de "vanguardia", tan militar el término. Se volvía a la gran tradición inglesa del XIX que reivindicaba que el arte está en todos los aspectos de las acciones y objetos que nos constituyen. Se revolvía contra la idea de cultura como frontera entre los que tienen capital cultural y los que carecen de él.
Fue tachado de conservador por una cierta crítica ciega. Pero cuando en 1937 la crítica bienpensante criticó el Guernica de Picasso porque parecía hacer referencia a elementos religiosos, y no representaba bien la línea general (la línea del partido), sostuvo que el Guernica hablaba del daño y del dolor humanos inmerecidos y que era una obra realmente universal.
Se acaba de reeditar en español. El próximo curso tengo una asignatura optativa que no sé si será escogida por los suficientes alumnos como para poder impartirla; se llama "Teorías de la Cultura Contemporánea". Uno de los capítulos de este libro, "Al infierno con la cultura", que da título al volumen,  será una lectura obligatoria. Para el resto, diría que es recomendable. Escrito en 1945, cuando aún no se había puesto en marcha el capitalismo cultural, resultaba extemporáneo. Pero la justicia poética hace contemporáneo lo que en otro tiempo no lo fue.
La cultura se pensó desde el romanticismo como un lugar de distinción y no como un modo de construcción colectiva de la experiencia. Al infierno con la cultura.

sábado, 21 de mayo de 2011

Cuando acontece

Se piensa la democracia en términos de fuerzas, equilibrios, tensiones, estructuras, y no con la atención que requiere la historia. Se piensa en términos de estado y no de acontecimiento. Pero a veces acontece.
Cuando acontece, se presenta como una redistribución de la sensibilidad, y lo que estaba oculto aparece y nuevas formas se dibujan en un espacio público en el que los mismos significados comienzan a transformarse al reorganizarse lo visible. Democracia es una silla vacía que nadie puede ocupar y que debe estar presente en todo acto y en todo espacio. La silla que sólo el pueblo puede ocupar sin que nadie pueda hacerlo en su nombre. "Pueblo" nombra lo innombrable, lo que no está pero ocasionalmente aparece. Cuando las cosas van mal, cuando se ha producido una irreversible desafección, cuando la ira se extiende y entonces se ocupan las plazas y algunos, muchos, muchísimos, sin saber por qué lo han hecho, sin tácticas ni estrategias, gritan: "¡nosotros estamos aquí!". Entonces tendrían derecho a decir " nosotros, el pueblo", pero son lo suficientemente sabios para no hacerlo. Porque saben mejor que nadie guardar la silla vacía. Y es entonces cuando la silla se hace presente en su poder convocador, en su fuerza instituyente.
Cuando acontece, ocurre con un impulso creativo que se vuelve palabra e imagen, autoorganización, sentido de lo colectivo y generosidad. El lenguaje vuelve a ser espacio de expresión y la imagen enseñanza de lo que hay. Los espacios públicos se llenan de  personas que ejercen su capacidad agente y  que se dotan a sí mismas de una voz que le había sido negada. No de masas, sino de multitudes creadoras.
Cuando acontece, la ira se transforma en lazos de complicidad y los cuerpos dejan de ser máscaras para sentirse compañía, apoyo mutuo. La calle deja de ser el exterior y se vuelve habitación, taller, escuela, acampada, asamblea, fiesta.
Cuando acontece, el orgullo del poderoso se vuelve oscuro pálpito y por todas partes se producen histerias y sobrerreacciones porque en la redistribución de lo visible se han hecho presentes formas, gentes, fuerzas, que aparecen ante él como fantasmas de un pasado que creía enterrado en ignotas fosas.
Cuando acontece, ocurre como ocurre lo nuevo y muchos sienten la tentación de ponerse al frente, de ordenar y organizar, dar programas, órdenes, pensamientos, arquitecturas. Pero lo que es nuevo y está naciendo encontrará sus propios cauces, se hará historia, narración, gesta, creará sus propios sentidos, dará nombres a una generación, se alzará con un orden propio y no ajeno. Lo que acontece no necesita vanguardias ni intelectuales ni líderes. Necesita permanecer como impulso.
Cuando acontece, todo cambia. No importa que la multitud se disuelva; no importa que se acabe el tiempo de la  manifestación; no importa que se impongan las realidades de la realidad. Todo cambia: con la redistribución de lo sensible se ha producido una redistribución del sentido. Podremos decir, diremos, "yo estuve allí". y también nuestras vidas habrán cambiado.

jueves, 19 de mayo de 2011

Esperanzas humanas (a construir en común)

Acabaron ya, por suerte, los tiempos de los intelectuales. Acabaron por suerte los intelectuales. Uno entre tantos miles, he recogido una entre tantas palabras: he aquí un panfleto que tomo de las manos de uno de los manifestantes esta tarde en la Puerta del Sol (nunca mejor nombrada). Se titula:
"Esperanzas humanas a construir en común"


"Lo que está ocurriendo de manera acelerada en estos días con las acampadas en las plazas y las concentraciones de miles de personas en estas mismas plazas, sobre todo en Madrid, pero de manera diferenciada en otras decenas de ciudades, es una prueba más de las posibilidades y de la creatividad humanas, y también del sano contagio humano de experimentación comunitaria. ¿Cómo no evocar otras plazas, como la de Tahrir y otras comuniones aún con todas la diferencias de profundidad y objetivos? Una bandera de Egipto se ubica en el centro de la Puerta del Sol. Lo que está ocurriendo es una prueba más de la necesidad de compartir no sólo la indignación sino sueños, ideas y planes, alegrías y desahogos por la difícil situación de las mayorías, pero sobre todo, por las ganas de vivir y de gozar en común sin los obstáculos de este sistema político de dominación global, de los Estados y la política y de las élites económicas. Estas motivaciones pueden palparse, olerse, en la concentración, en las sonrisas y la complicidad con la que nos miramos, y las ironías de muchos de los escritos, o en los diálogos sobre lo que no se está de acuerdo. Ocurre todo esto en el momento clave del rito democrático, en lo máximo que otorgan: el derecho a votar de los "ciudadanos" - no a todos, porque hay muchos habitantes que no tienen este derecho, como los inmigrantes y prófugos que huyen justamente de una "guerra democrática", que son millones en este país. Y esto es también es democracia, en estas elecciones municipales y autonómicas:  la ocupación de las plazas, desafiando y queriéndose diferenciar de los discursos y las prácticas políticas, aún con contradicciones gruesas, ha puesto muy nerviosos a los políticos y ha condicionado ya los discursos electorales. Es ya un varapalo a la política, a su intento de legitimar electoralmente  la corrupción existente. Pero no podemos conformarnos, porque puede ser efímero, y por el contrario, lo que motiva y nos motiva a millares de personas a participar y a compartir, no es coyuntural ni electoral. Profundizar, fortalecer, clarificar, más allá de las elecciones, este movimiento implica necesariamente clarificar objetivos y contenidos, por fuera de la política que es contraria al protagonismo directo, a la autoorganización y a la democracia directa de los organismos de lucha que ya están surgiendo. Y pensar y sentir los hilos de la comunidad que se entretejen en las plazas."
Lo firma un grupo, Socialismo Libertario. Nunca ganará nada, seguro. Podría decirse mejor, podría decirse más alto, podría decirse donde nunca se dirá. Pero no podrá decirse más claro.
Cuando todo acabe, algunos, recordarán, como se recuerda el olor de la hierba en primavera, estas palabras de esperanza.

Más que palabras















viernes, 13 de mayo de 2011

Lo que queda del día

Son hermosos y profundos estos conocidos versos con los que se inicia Cuatro Cuartetos de T.S. Elliot

El tiempo presente y el tiempo pasado
están quizá presentes los dos en el tiempo futuro
y el tiempo futuro contenido en el pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que quizá podía haber sido una abstracción
que queda como perpetua posibilidad
solo en un mundo de abstracción.
Lo que podía haber sido y lo que ha sido
apuntan a un solo fin, que está siempre presente.
Hay ecos de las pisadas en la memoria
allá por el pasadizo que no tomamos
hacia la puerta que nunca abrimos
a la arboleda. Mis palabras tienen eco
así, en vuestra mente.
 Vivimos en un presente continuo hecho de futuros y pasados. Pero entretejidos de muy diversa forma según el momento y la circunstancia. Vivir el tiempo sin límite, como en la juventud, teje la textura del futuro de muy diversa forma al tiempo limitado que uno siente ya en la piel a cierta edad: el pasado siempre tiene importancia, pero de modo distinto cuando el futuro está abierto que cuando está cerrado. Catástrofe y crisis, por ejemplo, son dos modos diferentes de presente continuo. En la catástrofe, como observamos estos días conmovidos, el tiempo se suspende y las reacciones de la gente nos sorprenden en sus modalidades de heroísmo o simple generosidad ilimitada precisamente cuando parecería que el egoísmo invita a barra libre. En la crisis, sin embargo, como me preguntaba la semana pasada, el tiempo se cuelga en el presente de otro modo: como un humo negro y maloliente que oscurece el futuro y el pasado. Germán Cano contesta hoy en El País, mucho mejor de lo que yo hubiera sido capaz, a la pregunta que suscitó algunos airados comentarios:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/politica/paralizada/miedo/elpepuopi/20110513elpepiopi_11/Tes
La crisis es un tiempo vacío: sentirse en crisis es como sentirse el día antes del Apocalipsis. La vida se hace provisional en un sentido en que no lo es cuando envejecemos y sabemos que el tiempo que queda del día es corto. Entonces, algunos, saben vivir en un presente continuo lleno de las posibilidades que ofrecen el pasado y el presente. En la crisis, el futuro envenena el pasado y el presente. La crisis es el tiempo sin tiempo.  La crisis convierte el tiempo de la vida en tiempo ciego. Ya no oimos los ecos de las pisadas en la memoria allá por el pasadizo que no tomamos hacia la puerta que nunca abrimos. Crisis fue para los griegos un tiempo de enfermedad, cuando el mal entraba en esos momentos que derivan en curación o en agravamiento definitivo. Crisis es un tiempo sin tiempo, donde el azar se hace destino y no posibilidad. Un economista radical de hace años sostenía que el tiempo del capitalismo es precisamente la crisis: no es un tiempo de debilidad sino su tiempo de triunfo, el horizonte de su aspiración. Desde hace más de un siglo ha ido derivando en un juego de azar, en una continua apuesta por "futuros" que, desgraciadamente, no son sino formas de destino, modos de desubicar la agencia, de convertir un tiempo del que pudiéramos apropiarnos en un desierto de contingencia. Hace muchos, muchos años cantaba Silvio Rodríguez en "Causas y Azares" una metafísica de la crisis:
Cuando acabe este verso que canto
yo no sé, yo no sé, madre mía
si me espera la paz o el espanto;
si el ahora o si el todavía.
Pues las causas me andan cercando
cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
poderoso, invencible

En El Prado se conserva otra de las metáforas del tiempo de la crisis: El triunfo de la muerte, de Pieter Brueghel el Viejo.



Salir de un tiempo enfermo y recuperar el tejido que une el futuro y el pasado. Eso será salir de la crisis.


sábado, 7 de mayo de 2011

El mozo de las maletas

Alguien preguntó esta semana mientras departíamos en la comida (Alberto Sebastián, Alfredo Krámarz, Carlos Thiebaut y el que suscribe) por qué no se observaba algún movimiento, aunque fuese desorganizado y espontáneo. Con la que está cayendo, decía, con un paro como el que sufrimos, etc. Es una pregunta que muchos se han hecho y que nadie sabe contestar, quizá los sociólogos tengan sus explicaciones, que desconozco. Quizá, pensé, no sabemos mirar donde están las zonas de resistencia y fractura. Quizá, pensé, vivimos en esta burbuja que es la universidad donde la realidad está a la distancia de una pantalla de televisión. Quizá, pensé, a los intelectuales nos gusta que los otros se rebelen para poder hablar sobre ellos. Quizá, dije, es que la gente simplemente tiene miedo: a ser despedida, a no encontrar recursos para la factura que tiene que pagar mañana, a no tener futuro. O quizá es que ya vemos el mundo bajo la categoría de destino. 
Estos días estoy con la novela de Kazuo Ishiguro Los inconsolables, una extraña historia desubicada y sin coherencias espacio-temporales, acerca de un concertista que parece haber perdido su memoria, en una ciudad extranjera a la que llega con una agenda que desconoce, y que comienza en un ascensor de su hotel, donde en los breves segundos de viaje el mozo de las maletas, que no ha dejado en el suelo a pesar de sus años y a pesar de su peso, le explica en un largo discurso de más de cuatro páginas que él y varios de sus compañeros de otros hoteles decidieron un día no soltar las maletas en todo el trayecto para hacer visible así el carácter y la importancia de su profesión. Se reúnen, decía, los domingos por la tarde en un café, desde hace muchos años, y se animan unos a otros a persistir, a pesar de que la edad ya casi no les permite ni apenas arrastrar un bulto. Pero tienen la conciencia de que la ciudad aprecia ahora la importancia y la dignidad de esta desconocida profesión. 
Se me ocurrió que este fragmento kafkiano escondía un mensaje sobre la conversación del otro día, pero no he sabido contestarme a mí mismo cuál pudiera ser. Ni siquiera sabría decir si los mozos son ellos o somos nosotros (los que nos preguntábamos estas cosas). 
Y se me ocurrió también ir al amigo de Montaigne, Étienne de La Boétie, a su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, y leí algunos párrafos como éste: 
"Apenas puede creerse la facilidad con que el vasallo olvida el don de la libertad, su apatía el recobrarla y la naturalidad con que se sujeta a la esclavitud, que se diría que no ha perdido su libertad sino ganado su esclavitud. Es cierto que las primeras víctimas del despotismo lo sufren con violencia; pero los que nacen después de ellas, como no han disfrutado de la libertad, ni saben en qué consiste, sirven sin repugnancia y hacen de buena gana lo que sus pasados sólo hicieron a-la fuerza. Esto proviene de que naciendo los hombres bajo el yugo, crecen y se desarrollan con él, no miran más adelante y se complacen en vivir como han nacido, sin pensar en otro derecho ni otra felicidad que la que han encontrado, y llegando finalmente a persuadirse de que el estado de su nacimiento es el de su naturaleza."
Y, quizá, sin saber aún si los mozos de las maletas son ellos (los que lo están pasando mal y no se rebelan) o nosotros (los privilegiados que tenemos trabajo estable y nos preguntamos por qué no se rebelan los que no lo tienen), las palabras de La Boétie nos sirvan de alguna ayuda para entrever en la niebla, y escrutar el mundo a través de la pantalla y sospechar que, como al personaje principal de la novela de Ishiguro, quizá se nos haya olvidado algo aunque no sabemos qué.