sábado, 3 de septiembre de 2011

Dos clases de silencio

En un banco del Paseo de Delicias, justo en la frontera donde la pequeñísima burguesía madrileña da paso a viejos pisos ahora ocupados por emigrantes, antes de llegar al nuevo Legazpi, tan vanguardista por El Matadero y sus ofertas alternativas, en un banco, una mujer, de espaldas, está mirando a su hijo en un carricoche, en un banco, ha dejado un cartón, como tantos que uno lee en estos tiempos de sintecho por las calles:
"Lo más malo de las cosas malas es el silencio de la gente buena" 
Ese banco, ese cartón, espejo oscuro del que escribe, refleja una imagen que no quiero mirar, pues uno quisiera reconocerse en el último adjetivo de gente buena pero ha tenido que pasar antes por el arco en que se ha escrito acerca del silencio. El silencio de la gente buena. Como uno.
Leía antes y después de haber leído este tratado de moral un agudo texto de Habermas en donde compara a Bataille con Heidegger: qué lejos de Delicias, qué cerca de este banco. Heidegger y Bataille son, sostiene Habermas, los autores más radicales en la superación de la modernidad. Ambos se instalan en el silencio. Heidegger en el silencio del lenguaje que se abre al Ser. 1933, el mismo año en que Heidegger hace campaña por Hitler, Bataille escribe un artículo sobre la psicología del fascismo, en donde huye de las explicaciones marxistas y se centra en la fascinación por la autoridad, por el jefe, en la fascinación por el espectáculo, en la adhesión mayoritaria a la contundencia de las nuevas maneras. Queda el silencio en el que se refugia el bibliotecario que un día sería el depositario en el que Walter Benjamin confiaría sus papeles con el trabajo de tantos años. En 1933 todo era más sencillo, luego se volvió más complicado. Hubo silencios y silencios. El peor de ellos fue el silencio de la gente buena. Un cartón mal escrito se me ha insertado en medio de un artículo de Habermas y ahora ya no me deja leerlo en paz.

4 comentarios:

  1. sobre el silencio de la gente buena sorprende el silencio de la Weil sobre los campos de concentración ¿no? no creo que se le escapara una realidad que vivió tan de cerca.

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  2. No se le escapó: murió en 1943, cuando aún no se había iniciado la solución final, aunque se conocían ya los campos, pero no se conocía que eran campos de exterminio. En todo caso, ella, que había sido pacifista vino, primero a la Guerra Civil española, y cuando ya estaba enferma mortal en Inglaterra pidió de todas formas incorporarse a la lucha armada. No pudo, claro. Sólo Hanna Arendt y Camus tuvieron un nivel de compromiso similar. No sé cómo puede sostener Mario lo del silencio.

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  3. Bueno, después de tu exhortación para leer a Simone, (ya que soy hipertenso), pues uno ha leído algo, pero no todos sus escritos, claro: “Fuente griega”, ¡interesantes textos¡ y alguna cosita más. Sí conocía esos datos de su biografía, interesante esa coherencia de pensamiento y acción, es muy loable y atípica, realmente un ser excepcional.
    Pero es Carlos Ortega, el traductor de los Cuadernos, a quien por tanto se le supone un conocimiento más profundo de su obra quien hace alusión al tema como una de las críticas que recibiera de sus detractores, me vino a la mente al leer tu entrada y de ahí el comentario. Me imaginaba tu defensa a ultranza.

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  4. No soy especialista en Weil, sino admirador. En cualquier caso, los silencios sobre el Holocausto son complicados precisamente porque la dimensión que adquirió, y que lo convierte en algo más que un caso más de la persecución fascista, es un poco más tardía (No la persecución a los judíos ni los internamientos y asesinatos masivos, que ya se estaban dando sobre todo en Ucrania, pero desde fuera no se había captado aún la dimensión de lo que estaba ocurriendo). Revisaré, en cualquier caso con cuidado lo que apuntas.

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