sábado, 19 de mayo de 2012

Resistencias de la imaginación


Uno de los temas que se discute últimamente en ciertos círculos filosóficos es la resistencia de la imaginación. La cuestión, expuesta en dos brochazos, es que nuestra imaginación expresa nuestra identidad cuando se resiste a imaginar ciertas situaciones en las que el mero hecho de imaginarlas expresaría una fractura en dicha identidad. Suele ponerse este ejemplo de conveniencia: "¿sería usted capaz de imaginarse como kapo de un campo de concentración?". La respuesta señalaría la fuerza de resistencia que opone nuestra mente a ciertas posibilidades. Las ideas de sujeto moral y resistencia de la imaginación van estrechamente unidas en una cierta noción de identidad moral. Quien debilita sus resistencias debilita también los perfiles de su identidad moral, es decir, del conjunto de actitudes reactivas participantes a las demandas del mundo o, dicho en términos menos filosóficamente técnicos, de emociones que expresan y muestran lo que uno es.
Es una idea poderosa que está dando frutos  importantes en muchos campos, por ejemplo en el examen de la importancia filosófica de la literatura. Pero también tiene un lado de sombra que convendría iluminar y no veo que se haya hecho. Me refiero a las resistencias de la imaginación como expresiones de la debilidad de la imaginación correlacionadas con la debilidad agente. Me refiero, pues, a que ciertas resistencias a la imaginación son signos de resistencias viscerales a posibilidades alternativas que, aunque pudieran haber sido pensadas, no pueden ser imaginadas. Porque la imaginación, a diferencia del pensamiento, siempre tiene un elemento corporal, de situación egocéntrica en el mapa del mundo, donde se activan todo tipo de dispositivos de alarma o de reacción práctica. En la imaginación todo es personal, todo emoción, todo cuerpo.
Y aquí está el problema: el vértigo de la necesidad se impone como la más oscura de las fuerzas naturales que nos empujan. Como si el sólo pensar en ciertas posibilidades impidiese imaginarlas. Esa incapacidad, en ciertos casos, tiene un nombre que expresa claramente el diagnóstico: miedo a la libertad.
En la película de Andrei Konchalovsky, con guión de Kurosawa, Runaway Train (1985) (El tren del infierno. Habria que elaborar un registro de los crímenes de traducción, que son menos inocentes de lo que parece), un tren en el que se han refugiado dos fugitivos pierde el control por la muerte de su conductor. Se mezclan entonces dos relatos: el relato determinista de una máquina que ha dejado de ser controlada por la intención humana, y el relato del  trágico destino de quien prefiere la libertad a la muerte. He visto pocas películas que capturen tan bien el Sísifo de Albert Camus, el mito de la libertad dentro de la necesidad. El esfuerzo por vivir de los fugitivos se expresa en su indiferencia a los raíles del tren de la muerte. No importa. Hay posibilidades reales que se dan en el mismo acto de elegir la libertad.
Hace muchos años, en otra galaxia, un filósofo, Ernst Bloch, escribió en una obra imprescindible, El principio esperanza, una sección titulada "Lo posible objetivamente real":

"El poder-ser no tendría apenas significación si careciera de consecuencias. Lo posible, empero, solo tiene consecuencias en tanto que no se da abierto tan solo como formalmente admisible, o también como suponible objetivamente, o incluso como de acuerdo con el objeto, sino en tanto que es una determinabilidad sustentadora en el campo mismo de lo real. De esta suerte hay condicionalidad real-parcial del objeto, que representa en este mismo su posibilidad real. El hombre es así la posibilidad real de todo lo que se ha hecho de él en su historia, y sobre todo, con progreso irrefrenado, todo lo que todavía puede llegar a ser. Es, por tanto, una posibilidad que no se agota como la de la bellota en la realización conclusa de la encina, sino que no ha madurado todavía la totalidad de sus condiciones y determinantes de las condiciones, tanto externas como internas" Ernst Bloch, El principio esperanza. 

Incluso, o sobre todo, cuando el tren está fuera de control la demanda de libertad lucha contra el miedo a  ser libres.



7 comentarios:

  1. ¿Y qué me dices del miedo a imaginar que somos máquinas deterministas?

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  2. En realidad todas las religiones suponen que somos máquinas deterministas y que todo está escrito.

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  3. El ethos del grupo social en que se ha enculturado un individuo, puede hacer que sienta una identificación o aversión (polaridad) frente a determinados arquetipos (kapo de un campo de concentración); pero determinados comportamientos están escapando constantemente al control del citado ethos social. Yo aquí me ciño a la construcción Freudiana, del "ello" (más biológico, más gamberro), y el "super yo" (más civilizado, reverente y adaptado). Y la lucha entre ambas instancias de la identidad, es lo que produce la disonancia cognitiva; que tan bien somos capaces de juzgar en los demás y que de tan mala leche nos pone cuando no la controlamos en nosotros.

    Ana la de la Carpetana.

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  4. Discrepo en lo que dice de que las religiones presuponen que somos máquinas deterministas. Precisamente es lo contrario, y es por lo que tantas religiones hablan de un Juicio Final. En él, según lo realizado libremente, eres cosechado o desechado. O en alguna, se llega al Nirvana tras pasar por diferentes reencarnaciones

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  5. "Hagas lo que hagas, serás juzgado por ello al final". ¿No te parece esto determinista?

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  6. "Hagas lo que hagas, serás juzgado por ello al final". ¿No te parece esto determinista? - Esa es justamente la parte que admito, el mecanismo del juzgamiento por parte de alguien superior. Pero eso quiere decir precisamente que no somos máquinas deterministas sino que tenemos la facultad de elegir. Incluso tenemos la facultad de elegir no creer en ninguna religión. Lo que me parece mucho más determinista es la estructura social, mire usted por donde, ¿quién dijo que se podía cambiar de estamentos?. Los que están arriba no van a dejar que nadie nuevo entre a pararles los pies. Eso sí es determinista y muy real, más material y evidente que cualquier religión

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  7. El juzgador superior (DIOS), es lo social, el ethos social (la construcción de lo moral social).
    Si elegimos discrepar de la etica social, nos enfrentaremos al rechazo social por muchas mas cosas por las que estemos dispiestos a discrepar.

    La construcción racional, estará bien considerada mientras se ajuste a lo moralmente normalizado. Y esto es.

    Ana la de la Carpetana.

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