domingo, 8 de julio de 2012

Nostalgia de la necesidad

El primer y más profundo problema de la filosofía política es el de cómo es posible la libertad. La libertad es la capacidad de autoconstitución como sujetos y autodeterminación del futuro en los diversos niveles de constitución del sujeto: como personas, como comunidades que responden a afinidades, diferencias y vínculos internos, como cuerpos políticos conformados por la confrontación de intereses, como especie en última instancia. La libertad, sabemos, implica un abandono del reino de la necesidad por un cierto camino: por la capacidad de hacer visibles las posibilidades que abren las leyes de la vida y las reglas del juego y decidir qué posibilidades son las que expresan nuestras identidades, que son aquéllas que establecen los límites y las fronteras de lo que somos y de lo que queremos y no queremos ser. La libertad implica una trama de necesidades sin las que no hay horizonte de posibilidades; necesidades físicas, biológicas, sociales, morales y políticas. Todas son difíciles de pensar, pero en este trabajo de hacerlas explícitas consiste lo más alto de nuestras capacidades políticas. Sólo por citar algunas de estas necesidades que hacen tan difícil la libertad: no hay libertad, por ejemplo, sin justicia ni igualdad, pues la libertad de todos exige un adecuado reparto de la autodeterminación. No hay tampoco libertad sin la posibilidad de que las generaciones futuras sean también libres. Estas son necesidades en las que nuestros proyectos se mezclan con la trama de las cosas. Mirar a las cosas de frente, aceptando lo que es posible y lo que no es posible, discerniendo la frontera que separa lo necesario y lo posible, es lo que nos hace libres. El conocimiento y la voluntad (la valentía, que es la capacidad de la voluntad para vencer las nieblas del miedo) son partes constitutivas del deseo y proyecto de libertad. Es en estos dos polos en los que reside el carácter pro-activo, espontáneo y no pasivo de la fuerza de la libertad como liberación.
He tenido que soltar este rollo metafísico para recordarme a mí mismo que hay dos maneras de enfrentarnos con la necesidad: la de Sísifo, que se sabe libre en la necesidad, y la del que oculta bajo la nostalgia de la necesidad su anomia e incapacidad de agencia. Es común esta enfermedad en los grupos y sociedades que se ven a sí mismos bajo una máscara de necesidad cuando se exculpan con  "las cosas son así", ..., "somos así...." Esta nostalgia de la necesidad, este ser incapaz de mirar a las cosas de frente, es el miedo a la libertad y el origen del autoritarismo. Que se expresa tanto en el poder como en muchas críticas al poder que esconden una cierta nostalgia del orden establecido.
Una de estas formas de nostalgia que siempre me ha parecido más irritante y dañina ha sido la forma en la que muchos ilustrados españoles han mirado a nuestra modernidad herida bajo la máscara de la necesidad. Curiosamente una de estas derivas fue la que dio lugar a la ideología franquista. El miedo a la libertad  no se expresó en el franquismo sólo en la ausencia de libertades sino en un daño más profundo a nuestra capacidad de agencia política que fue la de crear un sistema de relaciones sociales basado en la corrupción y el paternalismo. Que se implican mutuamente, claro, y que ha contaminado a todas las instancias de la estructura social y a todos niveles de identidad.  Y si algo es también irritante y dañino en muchas expresiones de la política dominante es precisamente esta mezcla de nostalgia de la necesidad con el paternalismo, la corrupción y la ausencia de agencia.
Los tiempos que corren nos exigen ahora un esfuerzo en nuestras capacidades de juicio político para atrevernos a decir "esto no era necesario", "las cosas podrían haber sido de otra forma", "sí, podemos hacerlo de otra forma". Capacidades de juicio y voluntad para superar nuestro miedo a la libertad, para superar el irresistible deseo de refugiarnos en la ignorancia y en la creencia de que el tiempo terminará por arreglar las cosas.
Podría aducir muchos ejemplos malos y buenos, de cómo el miedo a la libertad nos invade y también de cómo mucha gente ha logrado vencerlo y hacer las cosas bien,  pero a veces los ejemplos confunden más que enseñan porque nos evitan mirar a lo que nos es más cercano y juzgar que las cosas podrían ser de otra forma.

1 comentario:

  1. Muy de acuerdo en el carácter paternalista y corrupto del sistema autoritario franquista. Es como aquel padre que se saca el cinto para tratar con el hijo, y que a la vez que suelta el brazo relata: "es lo mejor para ti". Pero eso a una escala de país, con figuras de referencia como médicos y profesores a la misma altura que otros, de capacidades y virtudes indemostrables -o incluso opuestas a éstas- como el cura, el señorito, el capataz o el político. Desde luego, esta mentalidad pobre e irracional, que acepta el "quien bien te quiere te hará llorar", no hace sino esclavizar al siervo, un poco más, una unión a lo trascendente social hispano (al señorito, al terrateniente) que se une a los valores de la "patr(e)ia", al amor al terruño, al trabajo de la tierra, a la familia pobremente alimentada y vestida, y como último consuelo, a un dios que te garantizará la libertad tras la muerte, toda vez que tu libertad en vida te ha sido usurpada por aquellos que te mantienen -porque controlan tus salarios, tus compras y tus ventas- esclavizado en vida

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