jueves, 25 de abril de 2013

Los cuentos que somos

Llego con las neuronas excitadas de una discusión sobre identidad y narratividad y con la sensación de no ser capaz de elaborar qué es lo que distingue a la concepción de nuestra identidad como identidad narrativa de otras concepciones más cercanas, y qué es lo que la hace fuerte frente a las múltiples críticas, la mayoría ingenuas y de aparente "sentido común" y las menos de carácter filosófica y metafísicamente muy sofisticado.
La idea general es que cada uno/a somos narraciones en primera persona. Si dijéramos "somos historias" no habría demasiados problemas puesto que cualquier cosa puede ser entendida como una historia. Un río, por ejemplo, sólo puede ser entendido como una historia que no es sustituible por ninguna otra. Un planeta, una galaxia, el universo, son historias que no son sustituibles.
Pero las personas somos algo más: somos narraciones. ¿Qué es lo que diferencia una historia de una narración?: una narración es una historia contada o contable. Sin embargo esta definición nos hace creer que primero estaba la historia y luego la narración. Pero no está nada claro que esto sea lo que somos o creemos ser. No había una historia que después contase un Yo o algo, o alguien. Por el contrario, el ser que somos es el ser una historia contada, donde la separación de los calificativos se parece a  la separación entre ClNa: si separamos el cloro del sodio lo que queda no son partes de sal: no hay sal. La sal no es una suma ni una calificación de una sustancia sin o una constitución mutua de dos elementos que llamamos cloro y sodio.
En la química no hay problema para entender estas cosas puesto que los niveles son homogéneos, sin embargo no es lo que pasa con la vida ni lo que pasa con la existencia intencional. Una función biológica, por ejemplo, implica una mezcla constitutiva de procesos causales (lo que hace un órgano) y de historias (por qué un órgano está ahí, algo que trata de explicar una historia evolutiva).
El ser humano es un ser de sentido. Sólo existe como tal porque su historia es una historia de sentido: el pasado-presente-futuro y el cuerpo-mente-entorno se estructuran de un modo nuevo en el universo, como lo fue la vida. Y este modo nuevo es el sentido, el ordenar lo causal como algo con sentido. Pero dar sentido no es diferente en cierta medida a qué es el poder normativo de la adaptación. Crea una singularidad nueva en ciertas historias. En el caso del sentido, el poder de la adaptación se transmuta en poder de la autoridad en virtud de la agencia o capacidad de autodeterminación.
Disculpas por la jerga filosófica. La idea es compleja y simple a la vez: una historia personal tiene formas de singularidad diferentes a la secuencia de eventos que constituye la historia de un ser vivo. Es una secuencia de eventos que tienen sentido. Y eso es una narración. Y eso es una identidad.

jueves, 18 de abril de 2013

La vida se abre camino

Tendría que haber escrito hace una semana, pero a veces la vida te impide narrar la vida. Porque a veces la muerte irrumpe e interrumpe la historia de la vida. La semana pasada murió después de una vida luminosa Paco Guzmán. Está ahí, a la derecha de la imagen, en su silla,  con sus ojos de un azul intenso luminoso y la mirada apacible que tanta paz producía en quienes estaban a su alrededor:



Conocí a Paco el primer día de clase de mi asignatura de Lógica, hace bastantes años. Se puso con su silla en primera fila. Paqui, su madre, le llevaba y traía y esperaba (y a veces entraba y escuchaba la clase). Enseguida comenzó a preguntar y discutir. Y se inició en ese momento una amistad intensa y una relación de la que tengo la convicción de haber sacado mucho más que lo que pude dar.
Paco había acabado una licenciatura en Físicas y deseaba hacer Humanidades. Pocas inteligencias pueden presumir de ser capaces y de haber tomado esa decisión. Conozco a casi todas las que lo han hecho en nuestro país y ninguna es comparable a la de Paco y ni mucho menos a su humanidad.
Compartimos (nunca mejor dicho) dos asignaturas. Después un posgrado en Humanidades. Paco intervenía en todas las clases y poco a poco fui aprendiendo de él muchas cosas, pero sobre todo fui aprendiendo a amar la vida.
Se fue convirtiendo en un líder del movimiento por la independencia y autonomía de lo que torpemente llamamos discapacitados. Su tesis, absolutamente correcta, es que las capacidades y discapacidades de las personas son una de las cosas de las que deben hacerse cargo las sociedades. Nadie nacemos con capacidades e incapacidades si no es en un medio ya social, ya artificial, ya moral, ya político. Es ahí donde las adquirimos y preservamos.
Se rebelaba Paco contra quienes consideran las capacidades como algo "natural" (qué cosa, él, que tenía dones naturales superiores a casi todos en inteligencia y humanidad, pero que tenía una tetraplejia que le hacía ser hipervisible en sus dificultades e hipovisible en sus dones). Discutía una y otra vez todo intento de naturalización del cuerpo, de la mente. Fue armando un programa teórico y práctico de rebelión contra la discapacidad. Me cansaba ver su fuerza y su voluntad, su capacidad de trabajo. Y me asombraba la rapidez de su pensamiento.
Debo a Paco muchas cosas, pero sobre todo el haber aprendido una actitud ante el mundo y la vida: convertir nuestras dificultades en meros obstáculos que no son sino piedras en el camino. Aprendí de él a convertir las dificultades en simples ocasiones para repensar nuestra existencia. Él nos llamaba los "verticales", porque, por una contingencia de la naturaleza, estábamos de pie y andábamos sobre las piernas. Podríamos haber usado ruedas, ¿y qué? Yo, que estoy medio sordo, lo que entonces me producía algún problema de identidad, comencé a hacerle caso y a distanciarme de los que oían perfectamente pero eran incapaces ( no físicamente) de ver (a veces de mirar) y muchas veces de escuchar.
No nos veíamos todo lo que deseábamos pero , cuando la vida venía realmente mal y las cosas eran difíciles me preguntaba, ¿cómo se enfrentaría a esto Paco?
He visto gente mala y gente buena en el curso de mi vida. He visto valientes y cobardes, pero hasta ahora el número de mis héroes es muy limitado. Paco está en la cuenta de ese mínimo número y, desgraciadamente está en la cuenta, uno más, de los héroes que se me han muerto. Los creyentes llaman santos a esta gente, los otros creemos que Paco es lo que llamamos la fuerza de la vida. Lo que nos hace merecer seguir viviendo.

jueves, 4 de abril de 2013

Sin novedad en el frente cultural



Es bien conocida la frase "cuando oigo hablar de cultura saco la pistola", que unos atribuyen a Hermann Göring y otros a Goebbels. Es bien conocida también la vieja paráfrasis de sacristía de los filósofos de estética "cuando oigo hablar de cultura saco la cartera". Lo cierto es que uno a veces, cada vez más, habla de cultura. Lo hago en muchos contextos, entre ellos algunos contextos filosóficos. Y suelo percibir en las miradas de quienes escuchan una división entre quienes se ponen de parte de Goebbels y quienes se ponen de parte del concejal. La división suele venir por áreas, a veces también por sensibilidades. El resto del auditorio filosófico, quizá el más compasivo, desprende una mirada como de "vaya con este chico, con lo inteligente que parecía y mira a qué se dedica ahora". Lo cierto es que hace mucho que el concepto de "cultura" y todo lo que está relacionado con él ha dejado de habitar en la casa común de los filósofos. Está demasiado contaminado de basura "externa" como para ser recuperable para una filosofía en serio. Al menos eso es lo que se piensa mayoritaria y estereotípicamente.

El por qué ha sido así es algo muy complicado de explicar, y que nos llevaría a recontar buena parte de la historia de la filosofía del siglo pasado. Fue un siglo que comenzó con una derrota: la derrota de la intelligentsia. Muchos intelectuales influyentes (no sólo en el campo de la izquierda) se preguntaron: ¿cómo es posible que el pueblo heredero de los griegos haya votado a Hitler? ¿cómo es posible que la revolución haya ocurrido en un país de bárbaros asiáticos como Rusia y no en las ilustradas plazas alemanas? En algún caso, como el de Heidegger, que también tiene parte en esta historia la pregunta era distinta: ¿cómo es posible que un pueblo de brutos e ingenieros (perdón por la redundancia, pensaría) haya sido capaz de derrotarnos al único pueblo que fue capaz de hacerse la pregunta por el ser?

Todos se hicieron la pregunta, pero hubo dos formas de hacérsela: Walter Benjamin y Antonio Gramsci la hicieron a su modo. Martin Heidegger y Theodor Adorno la hicieron al suyo (todo es mucho más complicado, tendría que citar a Simone Weil y a Hanna Arendt, pero esto es un blog, no una clase). Triunfó en la academia de filosofía una forma de hacerla y una forma de responderla: "podrás hablar de cultura siempre que sea para denostar la industria cultural, siempre que sea para negar todo como si estuvieras en un interrogatorio frente al policía, después de Auschwitz ya no se puede hablar de cultura (depués de Yalta ya no se puede hablar de cultura, pensaría Heidegger)". Y así fue. "Cultura" dejó de ser un concepto para ser convertido en adjetivo ("industria cultural", "capitalismo cultural"...) y todos se dedicaron a lo suyo, es decir a los conceptos legítimos: "sociedad", "arte", "ciencia", "historia", "filosofía"... (un día tenemos que hablar sobre la historia cultural de las áreas académicas).

En el lado oscuro de la fuerza quedaron las respuestas de Benjamin y Gramsci. Porque abrían fracturas entre la teoría y la práctica, entre la palabra y el ser. Entre otras cosas. En los años setenta hubo dos sucesos muy claros al respecto. El primero fue el día que Adorno y Horkheimer permitieron que la polícía (pidieron) entrase en el Instituto para sacar a esos descamisados que se decían seguidores suyos. El segundo fue cuando se cerró el primer instituto de estudios culturales de la Universidad de Birmingham. Habían comenzado las "guerras de la cultura". Nunca hubo una firma de armisticio.

John Rogers Searle (polémica contra Derrida) (1932), Joseph Aloisious Ratzinger (polémica contra el relativismo) (1927) han vivido más que Raymond Williams (1921) (quien quedó en el otro lado oscuro de la fuerza, en el Círculo de Birmingham que creó los estudios culturales) y, en cierto modo, representan esta muralla que se alza contra la catalogación del término "cultura" como animal de compañía académica.

Me pregunto si no cabría volver a donde estábamos cuando se abrió el frente cultural y volver a pensar sobre el concepto de cultura, que se dejó en manos de comerciantes o divulgadores (de la vieja definición de los antropólogos de la era del imperio), y repensar también por qué ciertas palabras son condenadas al exilio en ciertos círculos de distinción.