domingo, 1 de marzo de 2015

El miedo a la incomprensión



Una de mis canciones, (una de esas que llamas "tus canciones") siempre ha sido el Oh Lord! Don't let me be misunderstood que cantaban The Animals, aunque mi versión amada sea la de Nina Simone. Cuenta un drama cotidiano en el que alguien pide disculpas a su pareja por los momentos en los que ha dejado aflorar su lado oscuro y ruega por no ser malentendido (dejo abajo la letra y una traducción de urgencia). Uno de los microdramas de los que está hecha la vida, entre la violencia, el deseo y el cariño. Me gusta por muchas cosas, entre ellas porque es un como un manifiesto ejemplar del modo en que usamos nuestros conceptos mentales para sobrellevar la tensión que producen los lazos que nos unen a los otros. Y también porque expresa uno de los pocos intereses que tejen la trama de la identidad. Junto a ser querido (para algunos, temido), ser respetado y ser reconocido, el ser comprendido forma parte de la corta lista de deseos que son tan fundamentales como difíciles de lograr.

Lo que llamamos "conceptos mentales", esos verbos y sustantivos con los que describimos lo que hace la mente*,  que algunos psicólogos han considerado que forman algo así como una teoría espontánea de los otros, pero que en realidad son una caja de herramientas para manejar los lazos sociales, han nacido y evolucionado para que cada uno logre ser entendido en lo que dice y hace. Porque ser comprendido es uno de los pequeños milagros que ocurren todos los días y que no por ello dejan de ser misteriosos y difíciles de explicar. Algunos filósofos creen que no, que lo que llamamos "racionalidad" es una condición humana que permite que entender a los otros y ser entendido sea algo sencillo: basta con observar lo que el otro hace o escuchar lo que dice para captar lo que tiene en su cabeza. Somos racionales, dicen, para poder ser comprendidos. La racionalidad es la condición de la inteligibilidad y, por ello, de todo vínculo social.

Pero esta opinión (abrumadoramente mayoritaria, tengo que reconocer) no es correcta. No porque sea falsa completamente, porque es cierto que el comportamiento racional hace más fácil el ser comprendidos, sino porque generalmente no somos racionales. No hacemos las cosas como querríamos hacerlas, o no hacemos las que intentábamos hacer o, quizá en la mayoría de los casos, ni siquiera sabemos lo que queremos. Quedamos con alguien y en vez de pasar un rato entretenido nos liamos en una guerrilla de pequeñas ofensas, humillaciones, chanzas e invectivas porque el orgullo nos puede y no soportamos estar con el otro sin ser dominantes, sin intentar obligarle a que nos manifieste sumisión, y más tarde nos damos cuenta de que lo hemos roto todo, y que donde querríamos haber mostrado cariño solo hemos desvelado furia y resentimiento. Hicimos lo contrario de lo que veníamos a hacer y la máscara que nos habíamos puesto con tanto cuidado se cae y nos deja al aire con un rostro carcomido por la acrimonia.

Y los conceptos mentales, que habían nacido para hacer transparentes nuestros lazos con los otros, se vuelven impotentes para navegar por los dramas de lo ordinario, se revelan ciegos y dejan inerme nuestra imaginación para entender al otro y entendernos a nosotros mismos. Entonces echamos mano de los micro-rituales con los que intentamos retejer los lazos en peligro de ruptura: la caricia, la disculpa, el gesto contrito, ... Como primates que somos, necesitamos rascarnos continua y mutuamente las espaldas para que no se desteja el tejido que nos liga. Al final, conseguimos sobrellevarnos, (unos a otros, a nosotros mismos) por medios indirectos y gracias a toda esa otra caja de herramientas que son los rituales de convivencia: gestos, saludos y roces que desmienten la violencia que apenas éramos capaces de dominar, que desvelan sinceridades que no habríamos dejado aflorar sin ellos.

Nadie sabe cómo terminamos medio comprendiéndonos unos a otros. Tal vez porque terminamos sabiéndonos iguales en la miseria de nuestras intenciones, en la contradicción continua en la que vivimos, en el miedo a la oscuridad que habita el subsuelo de nuestra mente, en los gritos de socorro que pedimos en las entrelíneas de los desprecios y ofensas con las que nos confundimos al tratarnos.
Quizá porque nuestra racionalidad no sea otra cosa que saber bailar nuestras persistentes irracionalidades.

Baby, do you understand me now
Sometimes I feel a little mad
But don't you know that no one alive
Can always be an angel
When things go wrong I seem to be bad
But I'm just a soul whose intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood
Baby, sometimes I'm so carefree
With a joy that's hard to hide
And sometimes it seems that all I have do is worry
Then you're bound to see my other side
But I'm just a soul whose intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood
If I seem edgy I want you to know
That I never mean to take it out on you
Life has it's problems and I get my share
And that's one thing I never meant to do
Because I love you
Oh, Oh baby don't you know I'm human
Have thoughts like any other one
Sometimes I find myself long regretting
Some foolish thing some little simple thing I've d
one

Oh Lord, please don't let me be misunderstood

Baby, entiéndeme
A veces me vuelvo loco
pero tú sabes que nadie
puede ser siempre un ángel
Cuando las cosas me van mal
parece que soy malo
pero soy un alma de buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Baby,  a veces me despreocupo
con una alegría difícil de ocultar
y otras veces parece que todo me preocupa
Entonces te obligo a ver mi lado malo
Pero soy un alma con buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Si parezco inquieto quiero que sepas<
que no quiero pagarla contigo
La vida tiene problemas y yo tengo mi cacho
y eso es lo que no quiero hacer
porque te quiero
Oh baby, ¿no sabes que soy humano
y tengo pensamientos como cualquiera?
a veces me encuentro lamentándo
cosas tontas y locas que he hice

Oh Señor, no dejes que sea malentendido. 


* El libro de Diana Pérez, una sutil y profunda filósofa argentina, Sentir, desear, creer es una de las mejores explicaciones de qué son los conceptos mentales y cómo funcionan en nuestra vida 

1 comentario:

  1. En la Facultad, en Estética, teníamos que escoger un “artista” con el que nos identificáramos para hacer un trabajo; eso de “identificarse” no creo que lo entendiéramos bien y cada uno eligió con criterios variopintos. Yo escogí a L. Cohen porque había leído todos sus libros de poemas, porque estaba vivo, y, sobre todo, porque entre esas imágenes imborrables en la memoria, que son como visiones desconectadas sin un significado aparente, estaba una tarde de lluvia y su música sonando (su recopilatorio Greatest Hits ). Creo que esos momentos quedan grabados porque hay una experiencia profunda sobre la que buscar un nuevo lenguaje.
    Es verdad lo que dices sobre el deseo de ser comprendido. A veces encuentras una forma de expresar pero eso no asegura que puedas comunicarla. Aunque a mi lo que me da miedo no es el subsuelo.
    Preciosa esa canción que hace el baile tan honesto.

    ResponderEliminar