domingo, 29 de octubre de 2017

Humanidades en la era de la globalización







Todos tenemos cierta idea de qué es lo que llamamos "globalización": una transformación en la economía y la política que ha creado un planeta interdependiente en economía, política, medio-ambiente e información. Los flujos de capitales y las superempresas, la economía del contenedor y la deslocalización, el control mundial de alimentos, materias primas y agua, los grandes monopolios de la información, el conocimiento y la técnica, ..., hacen que los viejos límites de los estados se hayan trasladado a lo que Wallerstein llamaba sistema-mundo, en el que las grandes regiones geoestratégicas sustituyen a los estados-nación decimonónicos como agentes principales del control del mundo. Las redes de poder económico, político y cultural son ya redes supranacionales. En esta era, sin embargo, aún no tenemos muy claro qué ocurre con la cultura ni tampoco con la resistencia social al poder.

Una consecuencia paradójica, detectada hace dos década por Manuel Castells, es que en la era de los grandes superpoderes económicos y militares la identidad local y cultural se convierte en una de las fuerzas movilizadoras más activas. Incluso cuando han habido intentos de crear nuevas globalizaciones culturales, el peso de lo identitario establece límites insalvables. Por ejemplo, el panislamismo que ha sucedido como estrategia político-cultural al panarabismo, y que ha estado en la base de muchos conflictos contemporáneos, se ha mostrado, al igual que aquél, incapaz de superar las fuerzas identitarias locales, por más que se proclamen todos fieles de una aparentemente misma cultura.

Una segunda consecuencia, que es el motivo de esta entrada, es la también paradójica complejidad de la cultura globalizada. El entorno técnico, la era de la reproducción técnica o digital, ha permitido algunas de las transformaciones culturales más insólitas de la historia humana. Así, Michael Denning ha estudiado en su reciente libro, Noise Upraising. The Audiopolitics of a World Musical Revolution cómo la aparición de los primeros discos y de los primeros estudios de grabación produjo en la primera mitad del siglo pasado una conmoción musical mucho más profunda que la aparición del dodecafonismo, atonalismo y demás vanguardias de la alta cultura. La conmoción fue la distribución mundial de nuevos ritmos, melodías y canciones que tenían un origen local pero producían efectos globales. Así, afirma la importancia no notada del impacto de nuevas músicas como:
"the Cuban son of the Trio Matamoros’s “El Manisero” (The Peanut Vendor) and the New Orleans hot jazz of Louis Armstrong’s “Heebie Jeebies,” the gypsy jazz of Django Reinhardt’s “Dinah” and the Brazilian samba of Ismael Silva’s “Me faz carinhos,” the Andalusian “deep song” of Pastora Pavón’s (La Niña de los Peines) “Había preguntado en una ocasión” and the Egyptian ṭarab of Umm Kulthūm’s “In Kunt Asaamih” (If I Were to Forgive), the Hawaiian hula ku‘i of the Kalama Quartette’s “Nā Moku ‘Ehā” (The Four Islands) and the Ghanaian highlife of the Kumasi Trio’s “Yaa Amponsah,” the Buenos Aires tango of Rosita Quiroga’s “La Musa Mistonga” (The Muse of the Poor) and the Indonesian kroncong of Miss Riboet’s “Krontjong Moeritskoe” (Moorish kroncong)."
La desgracia es que nadie ha estudiado seriamente estas transformaciones porque el elitismo cultural las condenó al infierno de la "industria cultural" y la "cultura de masas". Las disciplinas humanísticas, sostenidas sobre el canon de sus respectivos campos, han permanecido impávidamente ajenas a estos cambios en la creencia de que únicamente la alta cultura puede proporcionar los medios de una actitud crítica genuina, mientras que la cultura popular siempre estará infectada de cegueras e invasiones comerciales. Esta indiferencia a lo que ocurre culturalmente en la sociedad ha producido dos consecuencias dañinas: la primera, que afecta a las mismas disciplinas humanísticas, ha sido la caída por la pendiente de una progresiva irrelevancia y la cesión de su anterior papel cultural al ámbito de la comunicación y a las ciencias sociales. No podríamos entender una buena parte de lo que llamamos neoliberalismo sin estas derivas culturales. Cuando hay un vacío de respuestas el espacio lo ocupan garabatos ideológicos que se multiplican meméticamente.

El segundo efecto, mucho más pernicioso, es directamente político: al no tener medios intelectuales para escuchar, interpretar, teorizar, lo que ocurre en los enormes espacios culturales de la hibridación de la cultura contemporánea, no se escuchan tampoco ni interpretan ni teorizan las tácticas y modos indirectos de expresar el malestar y la resistencia a las enormes desigualdades que está produciendo la globalización. Esta invisibilización e inaudición ha producido, entre otras muchas desgracias, las muchas derivas políticas hacia imaginarios identitarios por los que el malestar trata de encontrar salidas al no recibir un adecuado reconocimiento transnacional, con sentimientos e ideales compartidos. Hace unos días, en una reunión de recuperación de memoria política del franquismo y la Transición, contaba una militante que había trabajado en las fábricas del cinturón industrial madrileño, cómo las compañeras animaban en voz baja a la nueva en la cadena que se había atrevido a retrasarse casi medio minuto en el tiempo que le dejaban para ir al servicio. "¡Bien hecho!, le decían en voz baja: no estaban afiliadas, ni seguramente tenían mucha idea de política, pero treinta segundos para fumarse un cigarrillo en el baño se habían convertido en una táctica que todas reconocían. Estas tácticas se pierden cuando la memoria selectiva las deja en la oscuridad.

La suma de estos mínimos actos que se expresan en todos los aspectos de la vida en un mundo globalizado constituyen una cultura que no es sentida como tal por las disciplinas clásicas, aunque, esperanzadamente, sí lo comienzan a sentir nuevas perspectivas que se mueven en una extraña galaxia que se denominan estudios culturales. Ciertamente han sido denigrados y acusados de atacar a la pureza de las disciplinas o de olvidar las grandes ideologías políticas, la lucha económica "de verdad" y quedarse en los arrabales de lo políticamente correcto. Quizás haya que reconocer muchos errores, pero los estudios culturales no son sino el nombre de las humanidades en la era global. Una de las grandes representantes de esta corriente, Gayatri Spivak, en su libro An Aesthetic Education in the Era of Globalization (2012) propone tomarse en serio el viejo proyecto de educación de la sensibilidad con criterios no imperialistas en lo lingüístico, filosófico o cultural.

En la Baja Edad Media, fueron muchos los que, casi siempre desde fuera de las universidades escolásticas, comenzaron a escuchar a la gente en los idiomas locales. A la vez que releían el latín y el griego clásicos, leían los textos árabes, judíos, escuchaban a los comerciantes, a los cantantes que recorrían las nuevas urbes, a la gente de la calle y escribían en las lenguas populares. Fueron los humanistas. Crearon una nueva sensibilidad a la naturaleza, a las técnicas, a las lenguas. Fueron los primeros que entendieron que lo global y lo local se fusionan en algo mucho más importante que es lo humano. Aunque no tengo ningún aprecio por muchos aspectos, sigo sintiendo admiración por la cultura de los jesuitas, una de las expresiones más altas de las humanidades en el Barroco: crearon los primeros diccionarios de muchísimas lenguas no conocidas en Europa, desarrollaron las ciencias y las técnicas,... A veces no fueron simples servidores del poder y crearon comunidades resistentes de indígenas. En fin, no es necesario tomarles como ejemplo en todo, pero sí en que fueron los creadores de una mezcla de política, política cultural y humanidades en un mundo globalizado. Produjeron gente como Gracián, quien posiblemente hoy encontraría similares dificultades de acomodo que entonces.

Las humanidades en la era global siguen teniendo una tarea hermenéutica, la de escuchar, entender, interpretar y enseñar las voces que de otro modo no se conocerían, las experiencias que se perderían, los sufrimientos que se olvidarían, y siguen también teniendo una tarea política: la de dar instrumentos culturales a quienes resisten a un mundo cada vez más sumido en la barbarie. Generar conceptos, elaborar relatos, aprender, y luego enseñar, a escuchar la cultura tensa, híbrida, contradictoria y emocionante de la era global.
















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