domingo, 24 de diciembre de 2017

Sentimientos encontrados



Las emociones humanas cumplen diversas funciones. Como mamíferos que somos, tienen funciones de alerta, apego y otras biológicamente adaptativas. Como mamíferos sociales que somos, tienen una función de señalar el estado interno del animal a los otros de la camada. Como animales culturales que somos, las emociones han ido mutando para abarcar amplios espacios de nuestra vida personal y social. Desde Freud sabemos que nuestra personalidad se constituye a través de una compleja dinámica de emociones encontradas que van modelando nuestro carácter y las disposiciones con las que nos hacemos cargo de la realidad. La ciencia cognitiva y neurología contemporáneas no solo han confirmado su centralidad sino que la han subrayado. La memoria, el aprendizaje, los planes futuros, los vínculos sociales. Todo está conformado por las emociones que han evolucionado culturalmente.

Se ha dedicado mucha menos atención a las emociones en las grandes escalas de la economía y la política, especialmente en la política, pues la psicología política está aún en estadios muy iniciales de desarrollo. Todos sabemos que no son posibles los vínculos políticos sin la activación de emociones colectivas que se difunden con patrones epidemiológicos: la exaltación, la depresión, el miedo, ... son pasiones sin las que serían imposibles las acciones estratégicas del poder y el contrapoder. Hanna Arendt, una profunda pensadora de lo político radicalmente racionalista confiaba la política básicamente a la palabra y la argumentación, dejando las pasiones del lado de lo prepolítico, siempre desconfiando de ellas y poniéndolas en la cesta que pesa el autoritarismo. Se equivocaba Arendt pues junto a la producción de discursos la gestión de las emociones es parte esencial de la política. Está en el hueso de lo político. No es una desgracia para la política el empleo estratégico de las emociones colectivas, todo lo contrario: es la única forma de convertir las convicciones en motivos para la acción y en planes de vida a largo plazo.

Aunque la filosofía zen de Star Wars postule la apatheia como objetivo del entrenamiento jedi, lo que sería contradictorio con el papel político de las emociones, tiene razón cada vez que presenta al poder del imperio como poder sobre las emociones: la ira y el miedo, sostienen los señores del poder, son los mejores instrumentos de la fuerza oscura. Cuanto mayor sea la ira y el miedo, más fácil será atraer a la zona tenebrosa a las personas. Solo por ello es tal vez la gran serie de películas políticas de los tiempos presentes, como ha escrito recientemente Fernando Ángel Moreno. Por ello deberíamos estudiar con más cuidado el uso político de las emociones para construir políticas estables con objetivos de transformación real de la situación.

Hasta el momento, los partidos políticos, los grupos mediáticos y las oscuras alcantarillas del poder solo han trabajado una forma de manipulación emocional: la génesis de sentimientos polarizados; una suerte de educación sentimental para la dicotomía amigo/enemigo que parece caracterizar la política en la sociedad del espectáculo. Desde el punto de vista delas políticas de transformación hacia sociedades más libres e iguales, de sociedades radicalmente democráticas, este uso, por más eficiente que sea en los momentos de movilización es, sin embargo, inútil y perjudicial en lo que se refiere a las pasiones políticas que deberían regir la transformación del mundo hacia una sociedad más justa.

Los grandes muros que contienen las revoluciones sociales están hechos siempre de los mismos ladrillos que ya fueron bien pensados en El arte de la guerra: hacer que el enemigo decaiga en su voluntad de combatir antes de emprender la campaña. Las guerras se ganan siempre fuera de los campos de batalla y en el interior de los corazones enemigos: suministrándoles razones para el miedo, la incertidumbre y el desánimo para que opten por un estado en el que aún sufriendo sería siempre preferible al riesgo percibido en la voluntad de cambio. El miedo, dicho más rápidamente, es de lo que están hechos los ladrillos del poder. Contra ellos, las viejas políticas de fomentar la indignación, el reclutamiento de los fanáticos, la movilización de las pasiones fuertes, raramente es suficiente salvo en los raros casos de fractura del poder dominante. Todos los revolucionarios sueñan con "ventanas de oportunidad" y gran movilización pasional y sus tumbas suelen estar alfombradas con estos sueños.

La pregunta fundamental es: "¿por qué una sociedad decide cambiar de modo de organizarse y afrontar los riesgos que ello implica?". La respuesta no puede estar en las emociones bajas, sencillas de manipular, que se les puede encomendar a periodistas, publicistas y gente de bajo nivel político de comprensión de la profundidad humana. La razón es que las revoluciones sociales realmente existentes se hacen motivadas por emociones de plazo largo, emociones que constituyen la subjetividad de los agentes y no son simplemente episodios de descarga emocional. No es por ello extraño que encontremos en las políticas de la identidad estrategias de educación emocional de las subjetividades y que estos sentimientos sean poderosos.

Sería un error creer, como siguen haciéndolo las viejas formas políticas, que debemos encomendar a las políticas de la identidad los papeles de la educación sentimental de las subjetividades. No sólo los nacionalismos, ya bien conocidos como estrategias educativas, también las modalidades identitarias de todas las formas de opresión de género, raza, cultura o condición. Es un error. La educación sentimental que necesitamos en un mundo plural, transversal y atravesado de sentimientos encontrados exige una nueva psicología política de las emociones. CONTINUARÁ.

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